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Grafitis y tejidos: Relatos insurgentes
Palabra hablada, palabra tejida, palabra hecha gesto: otros soportes en las bibliotecas (5 de 7)
[Esta es la quinta parte de una conferencia presentada en la I Bienal de la Cultura Escrita BibloRed 2024, organizada por BiblioRed (Bogotá, Colombia, 25.sep.2024). El texto completo puede descargarse desde GoogleDrive o Acta Academica].
Parte 4
Grafitis y tejidos: Relatos insurgentes
En el universo plural y enorme de las expresiones culturales, el grafiti y el tejido, aunque a primera vista parezcan manifestaciones muy dispares, comparten una naturaleza profundamente subversiva. Ambos son soportes que, a su manera, desafían las estructuras de poder hegemónicas y se erigen como vehículos de resistencia cultural. El grafiti, por un lado, es el arte de la calle: una forma insurgente de conocimiento que no pide permiso para existir. Es el resultado de una acción directa sobre el entorno, transformando los espacios públicos en lienzos que cuentan historias, protestan, reivindican y recuerdan. Su carácter efímero (pueden ser borrados o cubiertos en cualquier momento) los convierte en archivos vivos que constantemente se renuevan, reflejando el pulso de las tensiones y las luchas sociales.
El grafiti es inmediato, disruptivo y cargado de significado. Cada trazo, cada palabra, cada imagen que se estampa en una pared pública se convierte en una declaración de presencia y de intenciones, y en una demanda de ser escuchado. Es una forma de conocimiento que desafía las nociones tradicionales de autoría, legitimidad y permanencia. Mientras que los libros permanecen dentro de los márgenes de lo aceptado, el grafiti surge en los márgenes físicos y simbólicos de la sociedad, reclamando espacios que, en teoría, no le pertenecen. En su rechazo a las convenciones, el grafiti se posiciona como un archivo / discurso colectivo que transforma lo urbano en un lienzo donde los recuerdos y el saber son compartidos de manera abierta y libre, sin mediaciones institucionales.
A lo largo de la historia reciente, el grafiti ha sido usado como herramienta de resistencia política en contextos tan diversos como los muros de Berlín, las paredes de los barrios en ciudades latinoamericanas o los paisajes urbanos de las metrópolis occidentales. No se trata solo de una forma de arte, sino de un acto de reivindicación, un gesto de insurgencia frente a la invisibilización de voces y memorias marginadas. El grafiti muestra que el saber no siempre necesita estructuras formales para ser transmitido; a veces, basta con un muro y un spray para que la memoria se inscriba en el espacio colectivo. Este arte gráfico, lejos de ser simplemente una expresión rebelde, se convierte en una herramienta pedagógica, un soporte que las bibliotecas y archivos podrían considerar no solo como objetos de documentación, sino como manifestaciones vivas y dinámicas de la memoria cultural.
Si el grafiti es el grito, el tejido es el susurro silencioso, pero no menos potente. A lo largo de los siglos, el tejido ha sido una forma de registrar historias y saberes de manera sutil, en los entrelazados de hilos y patrones que, aunque no se expresan con palabras, comunican conocimientos profundos. Las culturas ancestrales han encontrado en el tejido un espacio para la memoria: un soporte en el que cada color, cada figura y cada textura tiene un significado. Es una forma de narración que desborda lo escrito, conectando a las personas con su historia, sus creencias y su entorno.
El tejido es, además, un acto manual, una actividad íntimamente ligada al cuerpo y al tiempo. Cada puntada es una repetición, un gesto aprendido y transmitido de generación en generación, y en ese proceso, la memoria se inscribe en la materialidad del objeto. Sin embargo, el trabajo del tejido ha sido históricamente feminizado y desvalorizado, relegado a la esfera de lo doméstico y lo artesanal, alejándolo de las nociones "legítimas" del conocimiento. Las sociedades patriarcales y coloniales han relegado el tejido a un segundo plano, subestimando su capacidad como soporte de saberes y su riqueza como archivo de lo cotidiano.
Sin embargo, el tejido es, de muchas maneras, el archivo de lo diario: un relato material que desafía las nociones hegemónicas de lo que se considera conocimiento. Es una forma de narrar que desafía las nociones patriarcales y coloniales del saber. Cada manta, cada vestido, cada tapiz es un recuerdo inscrito en la textura de la trama, una historia que se despliega con cada nudo. En muchas comunidades el tejido es un marcador de identidad: una forma de expresar pertenencia y resistencia, de reclamar la continuidad de las historias tradicionales en un mundo que, muchas veces, los ha intentado borrar.
Los textiles han sido, además, herramientas políticas y de resistencia en múltiples contextos. Desde los trabajos que preservan la historia de los pueblos originarios en América Latina hasta las mantas de protesta en movimientos feministas y anticoloniales, el tejido ha sido una forma de decir lo que no siempre puede ser expresado con palabras. Es un soporte silencioso, pero implacable, que indefectiblemente registra los quehaceres, pensares y luchas de quienes lo elaboran.
Tanto el grafiti como el tejido ofrecen narrativas que han sido tradicionalmente marginalizadas, pero que poseen un valor inmenso como fuentes de conocimiento cultural y político. Las bibliotecas podrían acoger colecciones de tejidos, no como curiosidades antropológicas o etnográficas, sino como documentos legítimos que cuentan historias reales. Cada uno es un testimonio de resistencia, de identidad y de memoria insurgente.
Los grafitis podrían ser documentados como parte de un archivo visual de luchas sociales, reconociendo su capacidad para encapsular momentos de agitación y cambio. Las paredes hablan, y las bibliotecas tienen la posibilidad de transformar sus prácticas al acoger estos soportes visuales. Soportes no solo expanden el horizonte de lo que se considera "información", sino que también ofrecen a las comunidades la oportunidad de verse reflejadas en las colecciones, de recuperar su historia y de sentir que sus saberes y recuerdos son validados y respetados.
Incorporar el grafiti y el tejido en las bibliotecas y archivos es una forma de desmantelar las jerarquías del conocimiento y de abrir espacio a las memorias rebeldes que se expresan más allá de las palabras impresas. Es reconocer que los hilos y los trazos en las paredes también son formas de contar, de resistir y de recordar. Pues son soportes legítimos y necesarios en la construcción de una memoria colectiva diversa, inclusiva y verdaderamente representativa.
Acerca de la entrada
Texto: Edgardo Civallero.
Fecha de publicación: 05.11.2024.
Foto: "A Bogotá no le cabe un graffiti más". En Contexto Media [Enlace].