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Objetos como memoria
Palabra hablada, palabra tejida, palabra hecha gesto: otros soportes en las bibliotecas (4 de 7)
[Esta es la cuarta parte de una conferencia presentada en la I Bienal de la Cultura Escrita BibloRed 2024, organizada por BiblioRed (Bogotá, Colombia, 25.sep.2024). El texto completo puede descargarse desde GoogleDrive o Acta Academica].
Parte 3
Objetos como memoria
En el vasto paisaje del conocimiento y la memoria, los objetos tridimensionales han desempeñado un papel fundamental como soportes de saberes y experiencias que trascienden lo escrito, lo hablado y lo gestualizado. Desde tiempos inmemoriales, las distintas sociedades humanas han recurrido a materiales como la arcilla, la cerámica, los tejidos, la talla en madera o la cestería para narrar sus historias, para preservar información que no encuentran lugar en soportes como las páginas de los libros. Estos artefactos, a pesar de no contar con palabras, llevan consigo un mensaje claro. Cada pliegue, cada línea, cada textura es un signo, una inscripción que nos habla de las manos que los crearon, de los saberes transmitidos, de los recuerdos que sostienen. Son testimonios materiales que nos permiten acceder a formas de conocimiento profundamente arraigadas en lo tangible, en lo físico, y que han sido largamente ignoradas o deslegitimadas por las formas dominantes del saber.
Las culturas indígenas, por ejemplo, han utilizado desde hace siglos el mundo material como una forma de conservar y transmitir sus historias. Los tejidos en América Latina, elaborados con colores y patrones específicos, no son solo productos estéticos, sino también archivos de identidad, marcadores de historia y linaje, mapas de cosmovisiones. Cada nudo, cada combinación de colores y formas tiene un significado que conecta a las comunidades con su entorno, con sus ancestros, y con el ciclo natural de la vida. Los instrumentos musicales, esculpidos y afinados con gran precisión, son mucho más que herramientas de expresión artística: son artefactos culturales que, a través del sonido, evocan tiempos pasados y nos conectan con historias profundas. Sin embargo, estas formas de conocimiento material han sido sistemáticamente marginadas, relegadas al estatus de "artesanía" o "curiosidad", despojadas de su valor como archivos legítimos de la memoria cultural.
El colonialismo cultural no solo impuso su dominio a través del lenguaje y la palabra escrita, sino también mediante la subyugación de los objetos y artefactos materiales. Lo que no cabía en los moldes textuales occidentales fue etiquetado como "primitivo" o "inferior", negando así la legitimidad del conocimiento que se expresaba a través de la materia. La academia tradicional, con su insistencia en la autoridad del texto, ha dejado de lado estas formas alternativas de conocimiento, imponiendo un silenciamiento de las memorias contenidas en los objetos. La exclusión de estos artefactos del canon del saber es una forma más de violencia epistémica: una que impide una comprensión más completa y diversa del conocimiento humano.
Resulta urgente revalorizar la materialidad del conocimiento. Los objetos poseen una carga simbólica, emocional y cultural que los convierte en verdaderos archivos alternativos. No es solo el objeto en sí mismo, sino su proceso de creación, su uso, su transformación a lo largo del tiempo, lo que nos ofrece una ventana única hacia el mundo de las memorias materiales.
Los espacios de gestión de saberes y recuerdos tienen la oportunidad de expandir su función y su enfoque tradicional, creando espacios donde lo material también tenga su lugar. Incorporar colecciones de artefactos tridimensionales, desde textiles hasta cerámica, podría abrir nuevas vías para acceder a saberes eternamente dejados de lado. Las bibliotecas podrían convertirse en centros donde la historia no solo se lea, sino que también se toque, se vea, se escuche y se sienta. La materialidad ofrece una conexión directa con las manos que trabajaron esos objetos y con las técnicas ancestrales que se han transmitido a lo largo de generaciones.
Además, los objetos tienen el poder de hablar por sí mismos, sin necesidad de mediación textual. Son "libros que se pueden tocar" (si se adopta por un momento la colonial comparación de todo elemento informativo con el libro). El barro que se convierte en cerámica lleva en sí la historia de su origen, de las personas que lo manipularon, y de los fuegos que lo endurecieron. Un tejido, por más desgastado que esté, sigue contando las historias de sus creadores siglos después de que estos hayan desaparecido, narrando las conexiones entre las personas y el entorno en el que vivieron. Estos elementos, si bien susceptibles de cambios y reinterpretaciones, no son por ello menos poderosos en su capacidad de transmitir conocimiento.
Las bibliotecas, al integrar estos objetos en sus colecciones, pueden desafiar las jerarquías tradicionales del saber y abrir el camino hacia una comprensión más inclusiva y holística de lo que significa preservar y transmitir conocimiento y memoria. En lugar de ver los artefactos como meros complementos de los libros, podrían reconocerlos como archivos completos en sí mismos, con su propia lógica y capacidad para contar historias y transmitir ideas y discursos.
Desde semejante perspectiva, la información no solo reside en la palabra escrita o hablada, sino también en la materia. La memoria se expande más allá del texto y la voz para incluir también lo tangible, lo que se puede sostener entre las manos, lo que se inscribe en el tiempo a través de las formas y los materiales. Y en esta expansión, se estaría reconociendo que el mundo material también tiene voz, y que esa voz, aunque silenciada durante mucho tiempo, merece ser escuchada.
Acerca de la entrada
Texto: Edgardo Civallero.
Fecha de publicación: 29.10.2024.
Foto: "An Exclusive Look at the Greatest Haul of Native American Artifacts". En Smithsonian Magazine [Enlace].