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El gesto como archivo
Palabra hablada, palabra tejida, palabra hecha gesto: otros soportes en las bibliotecas (3 de 7)
[Esta es la tercera parte de una conferencia presentada en la I Bienal de la Cultura Escrita BibloRed 2024, organizada por BiblioRed (Bogotá, Colombia, 25.sep.2024). El texto completo puede descargarse desde GoogleDrive o Acta Academica].
Parte 2
El gesto como archivo
El cuerpo humano es, en su esencia, un soporte vivo de la memoria: un archivo en movimiento que registra y transmite saberes no solo a través de palabras, sino mediante gestos, posturas y acciones. La memoria no se limita a lo escrito; habita también en los músculos, en el cabello, en los reflejos, en la piel. El cuerpo es un testimonio dinámico de las tradiciones, las emociones y las historias que resuenan a lo largo de generaciones. Cada movimiento cotidiano, como levantar una mano o inclinar la cabeza, puede estar impregnado de significado cultural, llevando consigo rastros de la historia colectiva.
A lo largo de la historia, las sociedades han inscrito en el cuerpo una rica variedad de conocimientos, desde rituales y danzas hasta gestos cotidianos que estructuran el comportamiento social. En muchas culturas, el cuerpo es entendido como un vehículo sagrado de saber, una herramienta para conectar el pasado con el presente, y un medio para transmitir valores y normas a través de generaciones. Pero la modernidad occidental, con su énfasis en lo escrito y lo racional, ha desestimado el conocimiento corporal como algo secundario, subordinado a la palabra escrita. Este enfoque ha contribuido a borrar la riqueza de los archivos corporales: aquellos que no se encuentran en libros, pero que perduran en las corporalidades que los ejecutan.
En diversas culturas, el cuerpo ha sido y sigue siendo un recurso fundamental para la preservación y transmisión de conocimientos. Las danzas tradicionales, que en muchas comunidades funcionan como registros culturales, no son solo expresiones artísticas, sino también formas de comunicación que llevan en su interior historias de resistencia, identidad y espiritualidad. En las comunidades indígenas, por ejemplo, los movimientos específicos de una danza pueden narrar una cosmogonía entera, en la que cada gesto o posición encierra una historia de origen, una relación con la tierra, y una manera de entender el universo. Estas danzas se convierten, entonces, en archivos en sí mismos: los pasos y los movimientos coreografiados preservan el conocimiento y la memoria de los antepasados.
Los rituales religiosos también se sustentan en la memoria corporal. Los gestos repetidos, como persignarse, inclinarse o alzar las manos al cielo, están impregnados de siglos de simbolismo y devoción. Son actos que permiten a los practicantes participar en una tradición que trasciende lo individual, conectando el cuerpo presente con las generaciones pasadas. En las ceremonias religiosas, el cuerpo actúa como mediador entre lo terrenal y lo divino, entre lo humano y lo trascendental, y cada gesto realizado con precisión es un eco de los millones de cuerpos que han hecho el mismo movimiento a lo largo del devenir histórico.
El cuerpo no solo actúa como un archivo pasivo; es también un actor activo en la creación y recreación del conocimiento. Las prácticas de resistencia corporal, como las marchas, los plantones, o los bailes de protesta, son también formas de inscribir en la historia los cuerpos en movimiento. El cuerpo, en estos contextos, se convierte en un manifiesto de la memoria colectiva, un medio para expresar lo que las palabras no alcanzan. Los cuerpos en las calles, moviéndose juntos, son una fuerza de archivo viviente, que registra y transmite los reclamos de justicia, igualdad y dignidad.
El cuerpo y la voz recuerdan lo que los libros no pueden. Esta afirmación no solo denuncia las limitaciones del texto para captar la experiencia humana en su totalidad, sino que destaca el valor único de la memoria oral y corporal. Los documentos escritos, aunque ciertamente poderosos, no pueden abarcar todo lo que un ser humano conoce. Tanto la voz como el cuerpo son archivos flexibles y en constante transformación, capaces de adaptarse a nuevos contextos sin perder por ello su conexión con el pasado. En cada palabra dicha, en cada movimiento, en cada gesto, el cuerpo lleva consigo la historia no solo de una persona, sino de una comunidad o de una cultura.
Si aceptamos que el cuerpo es un repositorio, entonces todos los espacios de gestión de conocimiento y memoria deben abrir sus puertas a este tipo de información. Las bibliotecas no deben limitarse a ser espacios para la preservación de la palabra escrita, sino que deben transformarse en lugares donde lo corporal también tenga su lugar. Espacios en donde no solo se consulten materiales impresos, sino donde se celebren performances, donde las personas puedan aprender a través de la experiencia física y sensorial. Lugares que ofrezcan oportunidades para la danza, la palabra dicha, el canto y el cuento, la recreación de rituales, o la exploración del cuerpo como medio de conocimiento.
Todos ellos, entendidos como documentos válidos.
Esto no significa sustituir lo escrito por lo corporal, sino integrar ambos. En una biblioteca que acoja la memoria del cuerpo, la palabra escrita, la voz y el gesto se encontrarían en una interacción continua, enriqueciendo mutuamente la comprensión de saberes y recuerdos. Cada libro sería una puerta hacia una interpretación corporal, y cada movimiento sería una lectura viva de lo que no puede ser capturado en palabras.
Acerca de la entrada
Texto: Edgardo Civallero.
Fecha de publicación: 22.10.2024.
Foto: "Movimiento y gestualidad". En Behance [Enlace].