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La oralidad como inicio de la revuelta
Palabra hablada, palabra tejida, palabra hecha gesto: otros soportes en las bibliotecas (2 de 7)
[Esta es la segunda parte de una conferencia presentada en la I Bienal de la Cultura Escrita BibloRed 2024, organizada por BiblioRed (Bogotá, Colombia, 25.sep.2024). El texto completo puede descargarse desde GoogleDrive o Acta Academica].
Parte 1
La oralidad como inicio de la revuelta
La oralidad emerge como el primer y más fundamental soporte del conocimiento humano, una tradición que precede a la escritura y que, sin embargo, ha sido históricamente deslegitimada.
Desde los primeros momentos de la humanidad, y hasta la actualidad hiperconectada y digital, la transmisión oral ha sido el vehículo primordial para compartir saberes, narrativas y memorias colectivas. Sin embargo, la palabra no escrita, precisamente por su carácter "efímero" y "mutable" (y, por ende, "subjetivo" y "no confiable"), ha sido vista con desdén por aquellas culturas que valoraron la permanencia del texto impreso por encima de la fluidez de la voz. Este desdén no es neutral, sino el resultado de procesos coloniales y culturales que impusieron la supremacía de la escritura como única forma válida de conocimiento, deslegitimando e incluso anulando las ricas tradiciones orales que fueron relegadas a la fuerza a habitar en los márgenes.
En el contexto del colonialismo, la oralidad fue relegada al espacio de lo arcaico, lo primitivo, como si fuera una forma de comunicación incapaz de competir con el rigor y la estabilidad de la escritura. Este desplazamiento es, en realidad, una forma de violencia epistémica, una imposición socio-política y cultural que niega el valor de las memorias y saberes hablados, y que subordina las tradiciones no escritas al dominio de las culturas colonizadoras. Reconocer este acto de exclusión es fundamental para comprender la profunda marginalización de la palabra dicha y su impacto en las comunidades que han dependido de la voz para mantener vivas sus historias y conocimientos.
A pesar de la deslegitimación impuesta, innumerables comunidades —inclusive las más urbanas, "desarrolladas" y dominantes— han preservado sus saberes y recuerdos a través de la oralidad, desafiando las estructuras de poder que intentaron silenciarlas. Desde las tradiciones orales de los pueblos indígenas, que transmiten cosmovisiones, genealogías y conocimientos sobre la naturaleza, hasta los movimientos sociales contemporáneos, en los que el discurso hablado se convierte en un arma de resistencia y transformación social, la palabra no escrita sigue siendo un bastión de memoria viva. Estos ejemplos son poderosos recordatorios de que la oralidad no es solo una forma de comunicación, sino también un acto de resistencia frente a la hegemonía del texto escrito y el discurso oficial.
El grito que retumba una plaza de mercado, la confesión susurrada en la esquina de un bar, el cuento narrado en la intimidad de una conversación: todas estas formas son manifestaciones de una memoria que late, que respira, que se rehúsa a ser encapsulada en una página. Son, en sí mismas, formas de conocimiento que se entrelazan con las emociones, los cuerpos y los espacios, y su exclusión sistemática de las instituciones del conocimiento constituye una violencia cultural que debemos confrontar. Cada vez que una biblioteca cierra sus puertas a estas voces, se perpetúa una forma de silenciamiento que impacta no solo en la diversidad cultural, sino en la integridad y diversidad de la memoria colectiva.
Reforzar la legitimidad de la oralidad no significa simplemente crear colecciones de audiolibros o archivos de voces grabadas, aunque esos son pasos importantes. Significa, más bien, que las bibliotecas deben reconfigurarse como espacios donde la palabra hablada, el relato vivo, tenga un lugar tan central como el libro impreso. Estos espacios pueden ser escenarios para la narración, para la discusión oral, para la construcción comunitaria a través del diálogo. En ellos, la memoria oral no solo se conservará, sino que florecerá, demostrando que la voz, en su inmediatez y su fragilidad, es una herramienta indispensable para el conocimiento.
Este rescate de la oralidad como soporte legítimo no es solo un acto de justicia epistémica y equidad cultural, sino una invitación a repensar qué entendemos por conocimiento y memoria. Nos lleva a reconocer que las bibliotecas, en su forma más radical, deben ser espacios donde convivan todas las formas de transmisión del saber, donde lo escrito y lo oral se entrelacen en un diálogo continuo que enriquezca nuestra comprensión del mundo. Y de nosotros mismos.
Acerca de la entrada
Texto: Edgardo Civallero.
Fecha de publicación: 15.10.2024.
Foto: "Recorded interviews". En Life History Services [Enlace].