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Saberes y memorias silenciadas en los trópicos (07)
La gramática de las herramientas
Sobre tecnologías indígenas, epistemologías materiales y la lógica de la artesanía
Conocimiento encarnado, codificado en el material
En muchos sistemas de conocimiento indígenas, rurales y locales —especialmente en ecologías tropicales y subtropicales— las herramientas no son meros instrumentos para la acción. Son infraestructuras cognitivas y epistemológicas. Cestas, trampas, cerbatanas, remos y clasificadores de semillas no sólo sirven para fines prácticos, sino que codifican gramáticas del comportamiento, ontologías del lugar y taxonomías de la relacionalidad.
Estos artefactos no son mudos. Son estructuras semióticas: marcos a través de los cuales se construye, representa y transmite el conocimiento sin recurrir a la alfabetización. No acompañan al habla. Son el habla. Hablan a través de su tensión y su tipo fibra, su curvatura y su espaciado.
En el canon epistemológico occidental, este tipo de herramientas a menudo se desestiman como "tecnologías", objetos con utilidad más que lugares de producción de conocimiento. Al reducirlas a su dimensión funcional se las despoja de su capacidad epistémica. Pero en los contextos indígenas, rurales y locales, la cultura material funciona como un modo primario de alfabetización: una sintaxis incorporada para interpretar el mundo y relacionarse con él.
El diseño como teoría: epistemología de una trampa
Pensemos en una trampa para animales construida con liana, hueso, madera o caña tejida.
Diseñar una trampa no se limita a resolver un problema técnico. Implica un análisis de comportamiento. Exige un conocimiento profundo de las presas: sus ciclos diarios, sus rutas migratorias, su respuesta a los estímulos, sus preferencias de cobertura, sus vacilaciones, sus rastros de olor y sus señales auditivas. También requiere de un conocimiento del territorio: dónde convergen los caminos, cómo fluye el agua, dónde cae la sombra.
Cada trampa es, por tanto, una hipótesis operacionalizada. Su forma anticipa la acción. Sus ángulos predicen el comportamiento. Su ubicación refleja la lógica estacional. La configuración material —un pasillo que se estrecha, un gatillo oculto, una palanca tensada— es una expresión espacial de un conocimiento relacional.
Estas formas rara vez se documentan por escrito. Pero se teorizan profundamente, a través de la oralidad, en la práctica, de manera comunitaria. La trampa funciona como un diagrama vivo: un modelo de interacción entre especies que responde dinámicamente al tiempo, el lugar y las condiciones cambiantes.
Taxonomías en fibra: la cesta como mapa cognitivo
Los recipientes tejidos —para transportar, clasificar, tamizar o almacenar— constituyen otro archivo material. Su estructura suele codificar clasificaciones ecológicas: de semillas, de peces, de dirección del viento, de retención de agua. La separación entre fibras determina el tamaño de lo que se captura o se libera. La estanqueidad de la base se adapta a la humedad. La curvatura del borde responde al equilibrio durante la marcha.
Cada elección en la fabricación de una cesta —de la planta, del método de recolección, del tiempo de remojo, del patrón de tejido— incorpora una faceta epistemológica. Una cesta puede encarnar un modelo hidrológico, un protocolo de ética alimentaria o una restricción generacional a la sobreexplotación.
De este modo, las formas materiales promulgan una epistemología relacional: la que vincula el objeto a su ecosistema, su creador a sus antepasados, su uso a su tiempo. Cada objeto es una iteración de conocimiento situado, no generalizado ni abstracto, sino concreto, local y temporal.
Enseñar haciendo: el aprendizaje como archivo
Dentro de estos marcos epistémicos, la pedagogía no es didáctica sino encarnada. El conocimiento no se transmite mediante explicaciones declarativas, sino a través de la práctica, la atención y la repetición. El niño aprende no sólo a hacer la red, sino por qué esta red y no otra, por qué este tiempo, esta fibra, este espaciado, este gesto.
El aprendizaje se convierte en archivo.
El cuerpo se entrena como un dispositivo de memoria. Las destrezas sensoriales y motrices se combinan con la narrativa, el ritual, el tabú y la alfabetización ecológica. El aprendiz no se limita a copiar la forma, sino que hereda una gramática de toma de decisiones situadas. Aprende a sentir el momento en que una herramienta se convierte en algo adecuado: cuando funciona no sólo materialmente, sino relacional y cosmológicamente.
En este sistema, el conocimiento no se externaliza, sino que se encarna. Vive en los callos del fabricante, en la memoria muscular de la tensión, en el silencioso momento del corte. No puede digitalizarse del todo, sólo practicarse.
Museos sin sintaxis: el epistemicidio de la exposición
Cuando estas herramientas entran en los museos, a menudo quedan dislocadas no sólo de su contexto original, sino de su lógica. La red se convierte en un "utensilio de pesca". La cesta se convierte en un "utensilio doméstico". El remo se convierte en un "artefacto de transporte". La función se registra. La teoría se borra.
Las prácticas museológicas —impulsadas por sistemas de clasificación inspirados en las taxonomías de la Ilustración— tienden a extraer los objetos de sus ecologías epistémicas. Lo que queda es forma sin gramática, artefacto sin argumento. Las etiquetas rara vez incluyen los sistemas de conocimiento integrados en el diseño. Ofrecen materiales, un origen aproximado y quizá comentarios estéticos, pero no las inteligencias situadas que dieron forma al ser del objeto.
No se trata de una omisión neutral. Es una forma de epistemicidio: la eliminación sistémica de formas de conocimiento no textuales y no occidentales. Es la domesticación del conocimiento indígena, rural y local, aplanado en la exhibición, legible sólo para el ojo colonial.
La reparación como continuidad epistémica
En las comunidades indígenas, rurales y locales, la reparación de una herramienta no es un mero mantenimiento, sino una reafirmación performativa de su lógica interna.
Remendar una cesta, volver a armar una junta rota o afinar de nuevo un instrumento de viento son actos que transmiten memoria. Se revisa la lógica de la herramienta y la reparación se convierte en un acto de diálogo entre generaciones: una oportunidad para corregir, actualizar y reafirmar las condiciones en las que ese conocimiento sigue siendo válido. En estos momentos, las herramientas no se degradan. Evolucionan.
La reparación es en sí misma una alfabetización que se resiste a ser desechable y afirma la resistencia epistémica. Gracias a la reparación, las herramientas siguen formando parte de una epistemología viva, en lugar de convertirse en reliquias inertes.
Hacia una teoría de la alfabetización material
Comprometerse de forma significativa con las tecnologías materiales indígenas, rurales y locales es reconocerlas como documentos, no metafóricamente, sino estructuralmente. Registran. Argumentan. Estructuran la percepción y la práctica. Y exigen ser leídas, no traduciéndolas a texto, sino aprendiendo las alfabetizaciones de la mano, del ritmo, del contexto.
Lo que está en juego es algo más que la apreciación cultural. Es el reconocimiento de sistemas enteros de creación de conocimiento que se han devaluado sistemáticamente porque no son alfabéticos, no son permanentes, no se abstraen del lugar.
Devolver a estas herramientas su dignidad epistémica exige un cambio fundamental en la forma de entender el propio conocimiento. Requiere que bibliotecas, archivos y museos amplíen sus definiciones —y sus prácticas— para incluir no sólo nuevas voces, sino nuevas gramáticas. Gramáticas de fibra, de tensión, de gesto, de herramienta.
Porque el archivo no es sólo un lugar. A veces, es una trampa atada con una liana. Un remo tallado en la memoria. O una cesta que enseña, en silencio, a no tomar demasiado.
De esta crónica se hace eco la entrada de blog "Cuando una herramienta es un documento", donde se explora el mismo tema desde un punto de vista bibliotecario.