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Notas de campo ecosemióticas (04)
El sentido que se pierde al ser desarraigado
La memoria relacional y los límites del pensamiento archivístico
Este post forma parte de una serie que traduce narrativas ecológicas, conceptos biológicos y notas de campo en herramientas analíticas para bibliotecas, archivos y museos, relacionadas con la gestión del conocimiento y la memoria. Todas las entradas de esta serie pueden consultarse en el índice de esta sección.
Donde comienza la lógica archivística
En la mayoría de los sistemas de archivos y bibliotecas, se asume que el significado reside en elementos discretos: documentos, registros, objetos, o conjuntos de datos. Estos elementos pueden trasladarse, copiarse, clasificarse o almacenarse, y se asume que su valor informativo permanece prácticamente intacto a pesar de que se muevan. Esta portabilidad —de contenido, contexto y acceso— es lo que hace que los archivos sean útiles a través del tiempo y el espacio.
En segundo plano, sin embargo, todo esto depende de un principio fundamental: que la información y el contexto pueden separarse.
Para respaldar este modelo epistemológico, se han desarrollado herramientas como esquemas de metadatos, estándares descriptivos y protocolos de preservación, las cuales garantizan la continuidad. Cada una de estas herramientas realiza una función similar: estabilizan algo, lo abstraen de las condiciones desordenadas en las que apareció inicialmente, y lo hacen recuperable en nuevos entornos.
Pero no toda la información se comporta de esta manera. En los sistemas ecológicos, por ejemplo, el significado no surge de los objetos sino de los estados, y estos estados son inseparables del entorno que los produce. El bosque nublado ofrece un entorno donde esto se vuelve imposible de ignorar.
Cuando el significado requiere condiciones
En el bosque nublado altoandino, los musgos se vuelven legibles temporalmente cuando llueve. Absorben agua y reaccionan: su estructura cambia, su color se transforma, y su rigidez se afloja. Estos no son símbolos ni mensajes almacenados. Son estados fisiológicos que solo existen bajo condiciones ambientales específicas. Una vez que cesa la lluvia, el musgo se seca. Los rasgos observables que una vez indicaban que "ha llovido" desaparecen.
Esta es una forma de legibilidad que no se ajusta a los conceptos archivísticos dominantes. El musgo no puede extraerse de su contexto y seguir teniendo el mismo significado. Prensarlo dentro de un libro, convertirlo en un conjunto de datos o fotografiarlo bajo luz artificial no preservará la información, no solo porque el musgo es frágil, sino porque el significado no residía solo en él. Se encontraba en la convergencia de la lluvia, el sustrato, la altitud, la temperatura y el tiempo. El musgo se vuelve legible solo cuando esa constelación de factores reaparece.
Este es un caso en el que el significado no es una sustancia, sino una situación; no es algo que se conserva, sino algo que se representa.
El problema de convertir el contexto en metadatos
En el trabajo de archivo, el contexto se considera algo que puede capturarse en metadatos. La procedencia de un documento puede registrarse, al igual que el lugar de su creación, su idioma, su creador y su formato. Pero estas categorías asumen que el contexto es una capa que puede abstraerse, no una parte estructural del documento en sí. En la mayoría de los espacios de trabajo archivísticos, esto es suficiente.
Pero en sistemas ecológicos como el bosque nublado, en el momento en que un "objeto" se separa del "contexto", todo se derrumba. No hay nada que persista, nada que pueda ser descrito. Esto no es una limitación técnica. Es un desajuste estructural entre los supuestos de la lógica archivística y las condiciones del significado ecológico.
El documento como evento
Si los archivos se construyen para preservar el significado a través del tiempo, la pregunta es: ¿qué tipos de significado preservan? Cuando el significado se basa en objetos, es simbólico o se registra intencionalmente, tiende a transferirse correctamente. Cuando se basa en eventos, es relacional o depende del contexto, no puede fijarse sin alterarse.
La mayoría de los sistemas de archivo están diseñados para funcionar con unidades estables y extraíbles: registros que pueden separarse de su origen, describirse mediante metadatos y reintegrarse en otro lugar sin perder su identidad. Esta lógica asume que el documento existe independientemente de las condiciones que lo hicieron legible. Sin embargo, hay casos —cada vez más visibles en las tradiciones orales, el monitoreo ambiental, los archivos sonoros y los sistemas de conocimiento basados en la interpretación— donde esta independencia no se sostiene. El "documento" no es una cosa: es una configuración.
En tales casos, el significado no persiste a través del objeto, sino mediante la repetición. Reaparece solo cuando las condiciones relacionales que lo produjeron —sociales, espaciales, ecológicas o procedimentales— pueden restablecerse. Cualquier intento de preservarlo aislando un fragmento representativo corre el riesgo de transformar el fenómeno original en algo completamente distinto.
Este tipo de información no desaparece por ser inestable. Desaparece porque depende de su ubicación. Archivarla requeriría archivar las condiciones mismas de creación: no solo el contenido, sino también la copresencia, el ritmo y la integración. Y, aun con eso, muchas veces el acto de moverla rompe el propio sistema que hizo posible su existencia.
Esto no implica que estos fenómenos sean inarchivables. Simplemente significa que los modelos actuales de documentación, que priorizan la extracción y la estabilización, no están preparados para gestionarlos. Requieren una concepción diferente de lo que es un documento y de lo que debe llegar a ser el trabajo de archivo para dar cabida a formas de significado que solo existen en la relación.
Más allá de la extracción
No toda la memoria puede extraerse y preservarse. No todo el significado se mantiene legible tras ser movido. Existen sistemas en donde observar es participar, y en los que el proceso de documentación desmantela el fenómeno mismo que pretende salvar.
Para la bibliotecología y la archivística, esto plantea cuestiones metodológicas y éticas. ¿Qué formas de memoria se excluyen sistemáticamente porque no se comportan como registros? ¿Qué sistemas de conocimiento permanecen invisibles porque su información no es estable, simbólica o recuperable?
Estos no son casos marginales. Revelan un sesgo en el núcleo de las disciplinas de la información: que solo las formas de conocimiento extraíbles, descriptibles y duraderas se consideran legítimas. Bajo esta premisa, dominios enteros —ecológico, oral, procedimental, corporal— se descartan por no ser procesables, no por falta de coherencia, sino porque no se ajustan al modelo archivístico.
En la práctica, esto significa aceptar que los metadatos, tal como son concebidos actualmente, no pueden abarcarlo todo. Hay situaciones en las que la información no trata de describir algo, sino de sustentar el sistema en el que ese algo cobra significado. En esos casos, el gesto archivístico no debería aislar ni preservar, sino permanecer en relación: mantener el ritmo, las condiciones y la continuidad.
Esto no debería invalidar el trabajo archivístico, necesariamente. Podría reformularlo. La cuestión no es abandonar el archivo, sino ampliar sus límites conceptuales: dejar de imaginar que todo lo valioso puede o debe ser portátil.
Algunos sistemas de memoria no dejan rastros indexables. Su negativa a hacerlo no es un fracaso. Es simplemente un modo diferente de coherencia.
Esta entrada refleja la crónica "El bosque nublado no archiva", una reflexión narrativa sobre el mismo tema.