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Notas de campo ecosemióticas (03)
Interoperabilidad como simbiosis
Hacia una ética micelial de los sistemas de memoria enlazada
Este post forma parte de una serie que traduce narrativas ecológicas, conceptos biológicos y notas de campo en herramientas analíticas para bibliotecas, archivos y museos, relacionadas con la gestión del conocimiento y la memoria. Todas las entradas de esta serie pueden consultarse en el índice de esta sección.
Más allá del horizonte técnico
Durante más de tres décadas, el concepto de interoperabilidad ha sido fundamental en la bibliotecología digital y la archivística. Prometía conexión: un mundo donde los datos, los metadatos y los documentos circulasen libremente entre plataformas, instituciones y disciplinas. Sin embargo, en la práctica, la interoperabilidad se ha visto generalmente reducida a un logro técnico: la correcta alineación de esquemas, protocolos y API. Sus implicaciones éticas y epistémicas han permanecido, en gran medida, sin desarrollar.
Esta reducción ha dado lugar a sistemas que pueden comunicarse sintácticamente, pero no semánticamente: intercambian información sin compartir comprensión. Las bibliotecas y los archivos ahora habitan redes técnicamente enlazadas, pero epistémicamente fragmentadas. El desafío del campo no es cómo conectar más, sino cómo conectar bien: cómo construir infraestructuras que sustenten la integridad relacional en lugar de un mero intercambio transaccional.
Esta entrada argumenta que la interoperabilidad debe redefinirse como simbiosis. No se trata de una mera propiedad de los sistemas, sino de una condición ecológica de interdependencia y transformación entre instituciones, datos y usuarios. Hablar de simbiosis implica concebir la conexión como una forma de cuidado: una ética de la coexistencia donde la supervivencia de la información depende de la vitalidad de sus relaciones.
Los límites de la interoperabilidad mecánica
La interoperabilidad surgió del paradigma de la ingeniería de la información de finales del siglo XX. Sus metáforas centrales eran las tuberías, las interfaces y los estándares, que privilegiaban el flujo, la uniformidad y el control. El éxito de un sistema se medía por su capacidad para transferir datos sin fricción. Esta visión instrumental moldeó el diseño de estándares de metadatos, arquitecturas de repositorios y marcos de datos enlazados, desde MARC hasta RDF.
Si bien estos modelos son eficaces para garantizar la compatibilidad técnica, han reproducido la lógica de la eficiencia industrial dentro de las infraestructuras culturales. Parten de la premisa de que el conocimiento puede descomponerse en unidades discretas, transportarse sin pérdida y recombinarse mediante protocolos universales. Sin embargo, las instituciones de la memoria no gestionan datos neutrales: gestionan significado situado. La traducción de la complejidad cultural, lingüística y ética a metadatos uniformes conlleva inevitablemente una pérdida epistémica.
Por lo tanto, la interoperabilidad mecánica logra conectividad a costa de contexto. Produce redes con una estructura abierta pero una interpretación cerrada: sistemas que pueden enlazarlo todo y no comprender nada. El siguiente paso en este campo debe ser conceptual, no técnico: pasar de la interoperabilidad como coordinación a la interoperabilidad como relación.
Interdependencia como infraestructura
Cada biblioteca, archivo y museo existe dentro de una densa red de interdependencias. Los registros cruzan fronteras institucionales; los metadatos se reutilizan, se remezclan y se reinterpretan; los ficheros de autoridad recurren a vocabularios compartidos; los usuarios se convierten en co-curadores mediante la anotación y la reutilización. La infraestructura de la memoria no es una colección de silos aislados, sino una red viva de dependencia mutua.
Reconocer esta condición exige un cambio ontológico. En lugar de concebir los repositorios como entidades autónomas que interactúan ocasionalmente, debemos entenderlos como participantes en una ecología continua de la información. Su estabilidad no surge del aislamiento, sino de la circulación. La redundancia, la superposición y la negociación contextual no son faltas de eficiencia, sino mecanismos de resiliencia.
Esta perspectiva disuelve la falsa dicotomía entre autonomía y conexión. Independencia no significa desapego: significa la capacidad de mantener la identidad dentro de la relación. Para la bibliotecología, esto se traduce en un modelo de individualidad institucional basado en la interoperabilidad: un ecosistema en el que cada nodo contribuye a la vitalidad del conjunto y depende de ella.
De la procedencia a la poliprocedencia
La teoría archivística tradicional definía la procedencia como un linaje singular: la autoridad de un registro derivaba de su origen dentro de una entidad institucional creadora específica. En entornos en red, este modelo ya no es válido. Los registros ahora emergen, evolucionan y circulan entre múltiples agentes y contextos. Los metadatos acumulan capas de autoría: catalogadores, digitalizadores, agregadores, algoritmos y usuarios dejan huellas interpretativas.
La realidad de la documentación digital es, por lo tanto, poliprocedencial. El significado no surge de una única fuente, sino de contribuciones superpuestas. Considerar la procedencia como un atributo fijo implica negar la naturaleza colaborativa de la formación de registros en la era digital.
Diseñar para la poliprocedencia significa desarrollar sistemas capaces de expresar la custodia compartida, el control de versiones entre instituciones y las historias de uso relacionales. También significa reconocer que la autoridad ya no es declarativa, sino negociada. La integridad de un registro no reside en su linaje ininterrumpido, sino en la transparencia de sus transformaciones.
Metadatos como relación
Durante mucho tiempo, los metadatos han sido considerados descripción: una capa secundaria añadida a un objeto para facilitar su descubrimiento y gestión. Esta visión jerárquica presupone que los registros existen independientemente de sus metadatos y que la descripción simplemente informa sobre ellos. Sin embargo, en entornos digitales, los metadatos constituyen cada vez más el objeto en sí. Median la identidad, determinan la visibilidad y regulan el acceso.
Una comprensión relacional replantea los metadatos como el tejido conectivo del ecosistema de la información. Cada elemento —un identificador, un encabezado de materia, un enlace— es un puente a través del cual fluye el significado. Los metadatos no describen desde fuera: participan desde dentro.
Esta perspectiva exige nuevas formas de diseño. En lugar de esquemas rígidos que imponen uniformidad, necesitamos ontologías relacionales que permitan la superposición parcial y la negociación semántica. La descripción de un registro debe poder evolucionar a medida que interactúa con nuevos contextos. El objetivo no es la estandarización, sino la traducción: un sistema capaz de mantener la coherencia a través de la diferencia.
Este enfoque también reposiciona a los bibliotecarios y archiveros como mediadores de relaciones, en lugar de controladores del orden. Su trabajo pasa de imponer el cumplimiento a cultivar la interoperabilidad como una práctica interpretativa: un equilibrio continuo entre conexión, autonomía y cambio.
Diseño para la traducción
La verdadera interoperabilidad es un problema de traducción, no de transporte. Es la capacidad de cualquier sistema para interpretar los significados de los demás, preservando sus diferencias. La traducción requiere flexibilidad, conciencia contextual y adaptación mutua: cualidades poco comunes en los estándares técnicos rígidos.
Diseñar con la traducción en mente implica varios cambios estratégicos:
- Esquemas sensibles al contexto que permitan campos opcionales definidos localmente, en lugar de imponer uniformidad global.
- Vocabularios en capas que mapeen las relaciones entre terminologías divergentes sin forzar la equivalencia.
- Mecanismos de retroalimentación mediante los cuales los usuarios e instituciones puedan informar sobre discrepancias y aportar nuevos mapeos relacionales.
- Metadatos temporales capaces de expresar el cambio a lo largo del tiempo, reconociendo que las relaciones, no solo los datos, también tienen ciclos de vida.
Estas estrategias conciben la interoperabilidad como un diálogo en constante evolución, en lugar de un acuerdo fijo. El objetivo no es construir puentes permanentes, sino mantener vías de comunicación flexibles: canales de traducción que se adapten a medida que los ecosistemas del conocimiento evolucionan.
Interoperabilidad resiliente
Tradicionalmente, la preservación digital ha buscado la permanencia: garantizar que la información perdurará inalterada. Sin embargo, en los sistemas vivos la estabilidad no surge de la inmutabilidad, sino de la adaptabilidad. En ecología, la resiliencia es la capacidad de absorber perturbaciones y reorganizarse sin colapsar. Aplicada a los entornos de información, la resiliencia implica que los sistemas de datos deben diseñarse para tolerar fallos parciales, redundancia y cambios.
La interoperabilidad resiliente integra el deterioro y la transformación como parte de la vida de la información. Los formatos obsoletos, los estándares anticuados y las copias derivadas no son errores que deban eliminarse, sino residuos de la adaptación. Cada uno representa una capa histórica del metabolismo de la red. En lugar de borrar estas huellas, los sistemas resilientes las documentan, haciendo visible la historia de la interconexión como una dimensión de significado.
Este enfoque disuelve la dicotomía entre preservación y obsolescencia, y considera la continuidad como un proceso de renovación: los datos no sobreviven permaneciendo idénticos, sino manteniendo su relación.
Reorientación profesional
Migrar de una interoperabilidad mecánica a una simbiótica podría transformar la identidad profesional. Bibliotecarios, archivistas y curadores de datos dejarían de ser custodios de repositorios estáticos para convertirse en diseñadores de entornos relacionales. Su labor radicaría en mantener el equilibrio dentro de redes complejas, asegurando que las conexiones sigan siendo significativas, recíprocas y sostenibles.
Esta reorientación podría redefinir los valores de la profesión. La autoridad se volvería relacional en lugar de jerárquica; la calidad se convertiría en una medida de coherencia entre sistemas en lugar del cumplimiento de una única norma; el acceso sería participativo en lugar de unilateral. La actividad profesional consistiría en mantener la diversidad sin fragmentación y la conectividad sin homogeneización.
La formación para este rol requeriría, sin duda, de nuevas competencias: fluidez en tecnologías semánticas, pero también en ética, negociación y razonamiento ecológico. Comisariar la memoria digital hoy en día es gestionar sistemas vivos de relaciones: infraestructuras que exigen atención continua en lugar de un control estático.
Una ética micelial del conocimiento
La metáfora de la simbiosis captura la esencia de esta nueva orientación. En las redes vivas, la cooperación y la competencia coexisten; la estabilidad surge de la interacción, no del dominio. Los sistemas de información también deben aprender a sobrevivir mediante la adaptación mutua.
Una ética micelial del conocimiento se basa en tres proposiciones:
- Todo es relacional. Ningún conjunto de datos, registro o institución existe de forma aislada; el significado solo existe a través de la conexión.
- El cuidado es fundamental. El diseño de la interoperabilidad determina la salud del ecosistema de la información; la negligencia produce erosión epistémica.
- La transformación es continuidad. La preservación depende de la capacidad de cambiar manteniendo la relación.
Construir sistemas de memoria bajo estos principios es alinear la bibliotecología con la lógica de la vida misma: distribuida, adaptativa e interdependiente. Esta visión no idealiza la naturaleza; reconoce que el futuro del patrimonio digital depende del cultivo de relaciones vivas entre datos, personas e instituciones.
Nada existe de forma aislada
La interoperabilidad, concebida como simbiosis, trasciende la mera especificación técnica y se convierte en una postura epistémica: un compromiso con la existencia relacional dentro de las infraestructuras de la memoria. Bibliotecas, archivos y museos no perdurarán protegiendo sus fronteras, sino cultivando las conexiones que les otorgan sentido.
Preservar es participar; describir es relacionar; vincular es cuidar. Los sistemas que construimos heredarán la ética que incorporamos en sus relaciones. Si se diseñan para la extracción, agotarán sus entornos. Si se diseñan para la reciprocidad, perdurarán.
Nada en la ecología del conocimiento existe de forma aislada. La interoperabilidad, entendida como el arte de la convivencia, constituye la responsabilidad más urgente de la profesión.
Esta entrada refleja la crónica "Nada existe de forma aislada", una reflexión narrativa sobre el mismo tema.