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Archivística ecosemiótica desde el bosque nublado (03)

Nada existe de forma aislada

La memoria como relación micelial

 

La sintaxis de la conexión

En el sotobosque del bosque alto-andino, bajo el musgo y la hojarasca, yace una sintaxis más antigua que la escritura: una gramática de la conexión construida a partir de filamentos fúngicos. Las redes micorrícicas —filamentos microscópicos que unen raíces, piedras y partículas del suelo— entretetejen el bosque en un sistema de comunicación integrado. A través de esos filamentos, los árboles comparten carbono, agua, enzimas y señales de alerta; las plántulas reciben aportes de los árboles más viejos; los troncos moribundos liberan lo que queda de su energía almacenada. El bosque sobrevive no gracias al aislamiento, sino a la circulación.

Para los profesionales de la memoria —archivistas, bibliotecarios, museólogos— esta red subterránea plantea un desafío epistémico. Sugiere que el significado no es una propiedad contenida en entidades discretas (registros, documentos, colecciones), sino un fenómeno relacional que emerge a través de la interacción. Un registro aislado de su red de referencias y usos es tan inerte como una raíz separada de su micorriza.

 

Infraestructura fúngica y memoria distribuida

La simbiosis micorrícica ejemplifica lo que podría denominarse autoría distribuida de la supervivencia. Ningún organismo posee información completa: la resiliencia surge del intercambio. La red fúngica funciona simultáneamente como conducto, procesador y archivo, transfiriendo rastros materiales a través del tiempo y las especies. En términos informativos, constituye una capa de datos redundante y adaptativa: los mensajes circulan por múltiples rutas, asegurando que la pérdida en un nodo no conlleve un colapso sistémico.

Esta lógica es paralela a la arquitectura de datos enlazados y repositorios federados en la preservación digital. En ambos casos, la coherencia no es centralizada, sino emergente, producida por la negociación continua de señales entre agentes semiautónomos. Lo que define la integridad del sistema no es la estabilidad de los componentes individuales, sino el mantenimiento del flujo comunicativo.

En la teoría archivística contemporánea, este comportamiento se relaciona con el cambio de paradigma, de custodial a poscustodial. El archivo ya no se concibe como un lugar único y delimitado de almacenamiento, sino como un conjunto distribuido de nodos relacionales —servidores, usuarios, instituciones, guiones y estándares— que participan en la producción de significado. Dentro de esta red, la autoridad se negocia, no se declara, y la procedencia se construye, no se hereda.

El modelo micorrícico profundiza en esta comprensión. Demuestra que la conexión no es una condición auxiliar, sino una necesidad biológica. Mientras que los archivos institucionales aún dependen de jerarquías rígidas y cadenas de procedencia secuenciales, el bosque demuestra un modelo de poliprocedencia: múltiples orígenes, custodia compartida y contextos superpuestos. Cada registro —como cada raíz— es al mismo tiempo productor y receptor de información. La memoria perdura no porque se la proteja, sino porque circula mediante el cuidado mutuo.

 

Semiosis relacional

Desde una perspectiva ecosemiótica, la red del bosque no solo transfiere recursos, sino que también media el significado. Las señales químicas transmitidas a través de las hifas de los hongos alteran patrones de crecimiento, inician respuestas defensivas o modifican el comportamiento simbiótico. Estos intercambios son actos interpretativos —semiosis— mediante los cuales los organismos leen su entorno y responden a él. El significado, en este contexto, es metabolismo relacional: un equilibrio dinámico de signos y respuestas entre los agentes vivos.

Comprender esta semiosis distribuida permite un cambio conceptual en la teoría archivística. La memoria, al igual que el micelio, opera como un campo de interpretación mutua. Los documentos adquieren significado no solo por su contenido, sino también a través de las constelaciones de relaciones que sustentan: citas, anotaciones, duplicaciones, transformaciones y usos. El archivo, entonces, no es un depósito, sino un ecosistema semiótico.

 

Hacia un modelo micelial del archivo

Si el bosque nos enseña que la interdependencia es infraestructura, entonces una archivística ecosemiótica debe diseñarse para la interconexión. Los sistemas deben priorizar la conexión sobre la contención: metadatos enlazados, ontologías relacionales y descripciones participativas que permitan que los registros se comuniquen entre sí. La procedencia se convierte en una topología en red en lugar de un linaje jerárquico; el acceso se transforma en colaboración; la preservación se convierte en el arte de mantener las vías de relación.

Aplicado a la informática archivística, este enfoque cuestiona la idea de la interoperabilidad como una cuestión puramente técnica. La verdadera interoperabilidad no se logra solo con el cumplimiento de estándares, sino cultivando la superposición interpretativa: vocabularios compartidos que conservan la flexibilidad suficiente para la expresión local. Así como las redes fúngicas mantienen la coherencia mediante la traducción bioquímica entre distintas especies, los sistemas archivísticos deben aprender a traducir entre ontologías, epistemologías e idiomas institucionales.

Esto también redefine los metadatos. En lugar de servir como una capa descriptiva aplicada después de la creación, los metadatos se convierten en el tejido conectivo a través del cual los registros se perciben e interactúan entre sí. No se trata de anotaciones, sino de relaciones: el equivalente digital del cruce de hifas. El diseño de estos sistemas exige una ética de la proximidad: los metadatos deben permitir que los registros coexistan y se comuniquen, no que dominen o sobrescriban las diferencias.

Este modelo replantea el concepto mismo de fracaso. En una red fúngica, la decadencia alimenta la continuidad: los nodos inactivos nutren la siguiente generación de enlaces. Del mismo modo, en los ecosistemas archivísticos, los formatos obsoletos, los estándares anticuados o los archivos derivados no son desechos, sino rastros compostables: material para la regeneración.

 

La interdependencia como ética epistémica

La ética que surge de este modelo es innegablemente ecológica. Aislar es poner en peligro, mientras que conectar es preservar. En términos profesionales, esto significa reconocer que todo archivo depende de otros archivos, todo conjunto de datos de otros conjuntos de datos, toda institución del trabajo interpretativo de otros. La fantasía de repositorios autosuficientes debe ceder ante una política de cuidado relacional, que valore la reciprocidad, la interoperabilidad y la coautoría por encima del control.

Recordar, bajo este paradigma, es participar en el entramado y sostener los canales por donde circula el conocimiento. La memoria colectiva perdura porque es compartida. Nada existe de forma aislada.

 

Acerca de la entrada

Texto: Edgardo Civallero.
Fecha de publicación: 07.11.2025.
Foto: ChatGPT.