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Notas de campo ecosemióticas (02)
Documentación más allá del control
Una lectura ecológica de la creación de documentos
Este post forma parte de una serie que traduce narrativas ecológicas, conceptos biológicos y notas de campo en herramientas analíticas para bibliotecas, archivos y museos, relacionadas con la gestión del conocimiento y la memoria. Todas las entradas de esta serie pueden consultarse en el índice de esta sección.
De la preservación a la exposición
Durante más de un siglo, la archivística y la bibliotecología han definido la documentación desde una perspectiva antropocéntrica: como un acto intencional de inscripción y control. Desde esta perspectiva, los documentos se originan cuando un sujeto humano decide fijar un evento de forma duradera. Esta concepción jurídica, arraigada en las racionalidades administrativas del siglo XIX, subyace a la tríada central de la profesión: autenticidad, fijeza e integridad.
Este marco ha demostrado ser técnicamente productivo, pero epistémicamente limitado. Asume que la documentación comienza con la deliberación y que solo la acción humana otorga significado a una huella. En contra de esta suposición, un cuerpo de pensamiento emergente en los estudios archivísticos críticos y en la nueva documentación materialista (Frohmann, Buckland, Briet) invita a reconsiderar dónde y en qué forma comienza un documento. Si todo encuentro dinámico que deja una huella duradera puede considerarse una inscripción, entonces el acto de documentación es anterior tanto a la escritura como a la intención.
Basándose en la semiótica ecológica y la epistemología material, esta entrada propone una transición de la documentación como preservación a la documentación como exposición: un modelo en el que los registros no surgen únicamente de la intervención humana, sino de interacciones en entornos complejos. El resultado es una teoría ecológica de la documentación basada en el comportamiento de la luz: un reconocimiento de que el mundo siempre se ha estado registrando a sí mismo.
La luz como la primera archivista
La fotosíntesis, entendida biológicamente, es la conversión de energía radiante en estructura bioquímica. Entendida archivísticamente, es el ejemplo más antiguo conocido de creación de registros en la Tierra: la transformación de la exposición en forma. Cada hoja es una superficie sensible sobre la cual la luz inscribe datos contextuales: longitud de onda, intensidad, humedad, composición atmosférica. Estas variables están materialmente codificadas en las proporciones de pigmentos y la arquitectura celular.
Esto no es una metáfora, sino una analogía operativa. La fotosíntesis demuestra que la inscripción puede ocurrir sin autoría ni intención. Ejemplifica lo que Suzanne Briet llamó el "documento como evidencia": un rastro material que adquiere estatus informativo al participar en un sistema de relaciones. La hoja, como el famoso antílope de Briet, se convierte en documento no a través de la representación simbólica, sino de su inserción contextual.
En términos bibliotecológicos y archivísticos, esta perspectiva extiende el alcance de la documentación más allá de la expresión simbólica. Define el registro como cualquier configuración de materia que preserva evidencia de interacción. Tal definición realinea la ontología de la documentación con la realidad ecológica: los registros preceden a quienes los conservan.
Autoría distribuida y lógicas post-provenienciales
La teoría archivística tradicional se basa en la procedencia: el principio según el cual el significado contextual deriva de un único creador o entidad originaria. Sin embargo, en los sistemas ecológicos, la autoría es plural, continua y, a menudo, indeterminada. El "registro" de un bosque —un tronco en descomposición, una cicatriz foliar, un rastro micorrízico— es producido y revisado por innumerables agentes: hongos, insectos, lluvia, luz y tiempo.
Esta visión de la autoría distribuida abre un modelo de trabajo de la memoria que trasciende el paradigma clásico de la procedencia. Académicos como Michelle Caswell, Ricardo L. Punzalan y Eric Ketelaar han articulado la necesidad de enfoques relacionales y participativos para la procedencia: enfoques que tengan en cuenta la agencia colectiva, la autoría dispersa y las transformaciones continuas de los registros. Desde esta perspectiva, la conservación ecológica de registros se convierte en una materialización de dichos principios: la procedencia ya no es simplemente una cuestión de origen, sino de entrelazamiento: una red de relaciones a través de la cual el registro continúa evolucionando y adquiriendo significado.
Para la práctica bibliotecológica y archivística, esto implica una redefinición de la autoría y la autenticidad. La autoridad ya no reside en la instancia original, sino en la coherencia de las relaciones que sustentan el significado de un registro. Una colección, como un ecosistema, se mantiene auténtica no por ser inmutable, sino porque sus transformaciones son rastreables dentro de una red relacional.
Metadatos como materia
Los metadatos convencionales funcionan como una capa externa y descriptiva: información que se añade tras su creación para facilitar su organización y recuperación. En los sistemas ecológicos, en cambio, los metadatos son intrínsecos. Cada forma material lleva en sí misma los datos de su propia creación. La estructura de una hoja registra su historia ambiental: exposición a la luz, estrés hídrico, composición química del suelo. Su "descripción" es inseparable de su sustancia.
Este modelo natural desafía la suposición de que los metadatos deben ser impuestos por un observador. Propone, en cambio, la noción de registros autodescriptivos: entidades que registran su contexto mediante características endógenas medibles. En el ámbito digital, esta lógica se alinea con la procedencia integrada, los conjuntos de datos autodocumentados y los archivos vinculados a sensores.
Sin embargo, la ecología nos recuerda que dicha integración no es puramente técnica. El bosque mantiene la coherencia mediante el equilibrio relacional, no mediante una gestión externa. De igual manera, un sistema de información logra la preservación no aislando sus objetos, sino integrándolos en entornos estables y recíprocos. La durabilidad de un registro, como la de un organismo vivo, depende de la interdependencia más que del aislamiento.
Documentación como ecología
Si la luz podría considerarse como la primera archivista, entonces la documentación debe entenderse como un proceso ecológico, no burocrático. Las operaciones clásicas de la archivística —creación, valoración, preservación y acceso— encuentran sus equivalentes funcionales en los sistemas biológicos, revelando que los principios que rigen la vida y los que rigen la memoria no son meramente análogos, sino que están estructuralmente alineados.
La creación corresponde a la exposición y la fotosíntesis: la transformación de la energía en forma material. La valoración refleja la descomposición: un proceso selectivo que no destruye, sino que refina, reteniendo lo que el sistema puede metabolizar. La preservación se realiza mediante la circulación: la continuidad se logra no mediante el aislamiento, sino mediante el intercambio adaptativo entre elementos interconectados. Finalmente, el acceso se materializa mediante la participación, ya que el significado en los sistemas vivos emerge solo a través de la interacción relacional.
Este marco no idealiza la naturaleza: se limita a extraer de ella una guía metodológica. La gestión documental ecológica demuestra resiliencia a través de la diversidad, la redundancia y la adaptabilidad, cualidades ausentes en las infraestructuras centralizadas y conservacionistas que dependen de estándares uniformes y jerarquías rígidas.
En la práctica, esta perspectiva ecológica fomenta el desarrollo de sistemas archivísticos modulares y regenerativos: repositorios que evolucionan con el uso, esquemas de metadatos que se adaptan a la transformación, y políticas de valoración que tratan la pérdida no como un fracaso, sino como una renovación. Se alinea naturalmente con el modelo de continuidad documental y con los enfoques poscustodia y comunitarios actuales, que enfatizan la sostenibilidad, la pluralidad y la agencia distribuida. Esta reorientación no desmantela la archivística; la sitúa dentro del metabolismo más amplio de los sistemas vivos, donde el archivo, como el bosque, sobrevive no permaneciendo inalterado, sino aprendiendo a respirar.
Replanteando la práctica profesional
Reconsiderar la documentación como un proceso ecológico obliga a un cambio paralelo en la identidad profesional. El trabajo de bibliotecarios, archivistas y gestores de información se ha enmarcado durante mucho tiempo dentro de términos de custodia: protección, estabilidad y control. Sin embargo, si la memoria opera mediante la exposición, la interacción y la transformación, la tarea profesional no consiste en protegerse del cambio, sino en gestionarlo inteligentemente.
En este modelo, la preservación se convierte en una cuestión de diseño ambiental más que de resistencia defensiva. El objetivo es mantener las condiciones bajo las cuales los rastros puedan seguir formándose, circulando y adaptándose, no detenerlos en una permanencia artificial. La catalogación y la creación de metadatos, tradicionalmente concebidas como actos descriptivos, se convierten en ejercicios de mapeo de relaciones, rastreando la procedencia, la transformación y la reutilización en contextos temporales y materiales. El acceso también cambia el significado. Ya no es el final de la cadena archivística, sino parte de su metabolismo: el momento en que los documentos vuelven a entrar en circulación y generan nuevos rastros propios.
Profesionalmente, esta perspectiva exige humildad y precisión más que control. Acepta que los documentos, al igual que los organismos, envejecen, se degradan y se recombinan, y que la gestión de estos procesos requiere un criterio contextual, no estándares universales. El archivista o bibliotecario deja de ser un custodio de la integridad estática para convertirse en un diseñador de la continuidad: alguien que construye sistemas capaces de sobrevivir mediante la adaptación.
Este replanteamiento no abandona los principios de preservación, autenticidad ni responsabilidad; los fundamenta en una epistemología diferente. La estabilidad no surge de congelar el documento, sino de mantener su red de relaciones. En ese sentido, el trabajo con la información se alinea con la gestión ecológica: ambos se centran en el mantenimiento de entornos donde la diversidad, la transformación y la resiliencia coexisten sin caer en el caos.
Leyendo la hoja
Reconocer que la documentación opera como un proceso ecológico no exige misticismo, sino realismo metodológico. La luz, la descomposición y la circulación no son metáforas: son procesos mediante los cuales la información cobra forma, muta y persiste. Aceptarlos como pilares conceptuales implica fundamentar el trabajo archivístico y bibliotecario en las mismas lógicas que sustentan la vida: exposición, relación y transformación.
Si el archivo se ha considerado durante mucho tiempo una fortaleza contra el tiempo, esta perspectiva lo replantea como un sistema arraigado en el tiempo: una estructura cuya integridad depende de su capacidad de evolución. La memoria, como la materia, perdura a través de la circulación. Documentar, por lo tanto, no es congelar el significado, sino mantener las condiciones que permiten que este siga emergiendo.
La hoja no es un símbolo: es evidencia. Demuestra que el registro ocurre donde la forma interactúa con la fuerza, y que la permanencia no es un prerrequisito para la continuidad. En términos profesionales, esta lección se traduce en una ética de la adaptabilidad: una que trata la pérdida, la revisión y la recombinación como partes intrínsecas de la vida informativa.
Este realismo no debilita la bibliotecología ni la práctica archivística; redefine su horizonte. La estabilidad no se logra resistiéndose a la transformación, sino diseñando para ella. La tarea por delante es construir sistemas capaces de sobrevivir al cambio. Sistemas que, como la materia viva, se mantengan coherentes precisamente porque nunca están quietos.
Esta entrada refleja la crónica "La luz como registro", una reflexión narrativa sobre el mismo tema.