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Notas de campo ecosemióticas (01)
Bibliotecología del compost
Hacia una archivística ecosemiótica
Este post forma parte de una serie que traduce narrativas ecológicas, conceptos biológicos y notas de campo en herramientas analíticas para bibliotecas, archivos y museos, relacionadas con la gestión del conocimiento y la memoria. Todas las entradas de esta serie pueden consultarse en el índice de esta sección.
El reflejo preservativo y sus límites
Desde finales del siglo XIX, la bibliotecología y la archivística han heredado la obsesión de la Ilustración por la permanencia. El archivo se convirtió en una fortaleza contra la entropía: la materialización de la creencia de que la estabilidad equivale a la verdad. El lenguaje disciplinario de "fijeza", "autenticidad" e "integridad" convirtió ideales metafísicos en estándares técnicos: duplicación de microfilmes, preservación a nivel de bits, redundancia, migración y almacenamiento en frío.
Lo que llamamos "preservación" es a menudo un ritual de control: un intento de congelar el tiempo y de salvaguardar el orden contra la volatilidad orgánica del uso, la pérdida y la reinterpretación.
Este reflejo preservativo ha producido infraestructuras impresionantes, pero también ha empobrecido nuestra epistemología de la memoria. Define la desaparición como fracaso y la transformación como corrupción. Al hacerlo, refleja el paradigma industrial que busca dominar el mundo material resistiendo la entropía en lugar de metabolizarla. Como han argumentado académicos como Derrida (Archive Fever), Caitlin DeSilvey (Curated Decay) y Michelle Caswell, estos reflejos ocultan su propia violencia: la voluntad de inmovilizar la vida, purificar la complejidad y convertir lo dinámico en duradero.
Ir más allá de este reflejo no significa abandonar la preservación, sino descolonizarla: reconocer que el ideal preservativo surgió dentro de visiones específicas —las del imperio, la industria y la dominación textual— y que ya existen modelos alternativos de continuidad en otros ámbitos, en particular dentro de las epistemologías ecológicas e indígenas.
Descomposición como flujo de información
La descomposición no es destrucción. En los sistemas ecológicos, es la forma más compleja de flujo de información. La materia orgánica se descompone y redistribuye sus datos mediante intercambios moleculares, metabolismo microbiano y patrones químicos. En este proceso, el bosque reconfigura su significado: lo que una vez fue una hoja, una pluma o un cuerpo se convierte en nutriente, pigmento y señal para otros seres. El archivo del bosque es relacional y metabólico, no estático.
Traducir esta perspectiva al campo de la memoria sugiere una reinterpretación crítica: la descomposición como valoración y redistribución. Lo que el bosque "decide" preservar no está predeterminado. Surge de interacciones contingentes: humedad, temperatura, composición de especies o ciclos temporales. De igual manera, los sistemas de conocimiento podrían diseñarse para seleccionar por relevancia y potencial reutilización, en lugar de por conservación indefinida. El sistema de información se convierte en un metabolismo: un equilibrio dinámico entre retención y transformación, guiado por el contexto en lugar de por reglas universales.
En el campo de la preservación digital, cada migración y cambio de formato ya constituye una forma de descomposición. Lo que cambia no es la información en sí, sino su estructura y su relación. En lugar de percibir estos procesos como degradación, la archivística ecosemiótica los interpreta como evidencia de vida: como señales de una ecología de la información que respira, muta y se adapta.
Humus y residuos de metadatos
El humus, producto final de la descomposición en el bosque, parece inerte, pero contiene una extraordinaria densidad informativa. Codifica las firmas químicas y microbianas de sus orígenes: la biografía invisible de lo que una vez vivió. Los ecólogos extraen del humus pistas sobre la composición de las especies, la historia climática y el uso del suelo, revelando que la descomposición no es un borrado, sino un palimpsesto.
En los sistemas bibliotecarios y archivísticos, los residuos de metadatos desempeñan una función similar. Los archivos de registro y los historiales de versiones, por ejemplo, conservan rastros de los procesos que han remodelado un registro a lo largo del tiempo. Tales rastros no son ruido, sino el abono semántico del ecosistema de la información: la evidencia de los procesos previos uso, transformación y supervivencia. Un enfoque ecosemiótico trataría esos residuos no como un problema que debe ser eliminado, sino como portadores legítimos de significado. La biografía de un registro incluye sus migraciones, sus degradaciones e incluso sus corrupciones. Una suma de comprobación corrupta no es un fallo: es un rastro químico del metabolismo tecnológico.
Integrar estos residuos en la descripción requeriría un cambio epistémico: de identificar el "original auténtico" a mapear el ciclo de vida del documento. El enfoque pasa de la identidad a la genealogía, de la fijeza al flujo. Lo que se cataloga no es una cosa, sino una trayectoria: un proceso de negociación continua entre la estabilidad y el cambio.
Diseño para la decadencia
Los sistemas de preservación se han diseñado para resistir la decadencia; pocos se han diseñado para adaptarse a ella. Sin embargo, aceptar la lección del bosque implica imaginar infraestructuras que tengan en cuenta la podredumbre: repositorios y esquemas de metadatos que incorporen la transformación como parte de su lógica.
Esto podría adoptar diversas formas: impermanencia controlada (datos que expiran por diseño, dejando residuos o resúmenes estructurados), índices de efimeralidad (campos de metadatos que registran la vida útil esperada y el protocolo de descomposición), residuos relacionales (indicadores de objetos derivados, notas de contexto o registros sucesores, similares a las cadenas de nutrientes del suelo) u ontologías temporales (estructuras RDF capaces de expresar la descomposición como un evento en lugar de una pérdida, utilizando predicados como "se transformó en", "dejó rastro en" o "fue reemplazado por").
Estas no son metáforas, sino principios de diseño viables. Los triples de RDF temporales, los identificadores obsoletos y los registros de descomposición podrían formalizar una ética de la desaparición dentro de los marcos de preservación digital. En lugar de aspirar a la inmortalidad, una biblioteca o archivo se modelaría según el principio ecológico de regeneración: continuidad a través del reciclaje.
Esta propuesta resuena con la "degradación curada" de DeSilvey, pero la extiende al ámbito semántico. En la archivística ecosemiótica, la descomposición se convierte en una propiedad descriptiva: una relación codificada, no un estado de fallo.
De custodios a compostadores
Aceptar la descomposición como práctica epistémica también transforma el rol profesional. El archivista o bibliotecario deja de ser un custodio de una integridad estática y se convierte en un compostador semántico: un cuidador de ciclos, residuos y regeneraciones. El objetivo no es la permanencia, sino la fertilidad: asegurar que lo que se desvanece enriquezca lo que viene después.
Este cambio redefine la ética. En lugar de preservarlo todo, la pregunta clave es "¿cómo debería descomponerse esto?" Diferentes contextos exigen diferentes ritmos de deterioro. Algunos datos pueden requerir una larga latencia; otros pueden disolverse rápidamente, alimentando procesos derivados. La tarea profesional es diseñar esas trayectorias de forma responsable.
Este ethos se alinea con las críticas a las normas universales (modelos ISO, OAIS o TRAC) que presuponen homogeneidad en todos los entornos culturales, ecológicos y tecnológicos. El compostaje es un proceso situado: depende del clima local, la composición de los materiales y las prácticas de cuidado. De igual manera, un plan de preservación digital debe surgir de la ecología de su contexto: el sustrato tecnológico, la humedad social, el pH ético.
Desde esta perspectiva, la bibliotecología se convierte en una forma de semiosis ambiental. Los profesionales no gestionan colecciones, sino ecosistemas de relaciones, y su experiencia reside en saber cómo cuidar el deterioro sin borrar el significado.
Una teoría del olvido resiliente
Si el reflejo preservativo se basa en el miedo a la pérdida, la archivística ecosemiótica propone el olvido resiliente como contraprincipio. En el olvido resiliente, la continuidad se logra no a través de la identidad, sino a través de la transformación. El pasado persiste alimentando el presente, no sobreviviendo inalterado.
Esta lógica se puede rastrear en diversas disciplinas. En la teoría de sistemas, la degradación gradual describe cómo los sistemas complejos mantienen su función ante fallos parciales. En ecología, la sucesión reemplaza la destrucción con la regeneración. La antropología reconoce que la desaparición puede ser un acto culturalmente significativo. Transpuesto al trabajo de la memoria, el olvido resiliente implica estructurar los sistemas de información para adaptarse a la mutación sin crisis. Cada eliminación, cada migración, cada vínculo roto se convierte en parte de la biografía del registro.
Este principio también converge con el pensamiento archivístico decolonial. Diseñar para la desaparición es reconocer el derecho a la opacidad (Glissant), la política de no acceso (Caswell y Cifor) y la ética del rechazo (Tuck y Yang). Algunos registros deben desaparecer; algunos recuerdos deben pudrirse silenciosamente para nutrir a otros. El olvido, en este sentido, no es lo opuesto a la memoria, sino su compostaje.
Implicaciones metodológicas
Adoptar un marco ecosemiótico tendría consecuencias concretas para el campo: reforma de metadatos (incorporando indicadores de deterioro, relaciones temporales y procedencia de la transformación dentro de los estándares existentes), rediseño de la evaluación (pasando de criterios de significancia y representatividad a la relevancia dentro de ecosistemas informacionales en evolución), ecología de infraestructuras (fomentando repositorios distribuidos y modulares que se autoequilibren y autopoden; resiliencia mediante redundancia que se descompone inteligentemente), marcos éticos (integrando la desaparición responsable y el deterioro situado en los códigos éticos profesionales, en paralelo con la confidencialidad y el acceso), y pedagogía (capacitando a profesionales como administradores de los ciclos de la información, capaces de interpretar la estratigrafía de datos, mapear los flujos de residuos y diseñar con la impermanencia).
Estas medidas no reemplazarían los protocolos de preservación existentes, sino que los enriquecerían con conciencia ecológica. El resultado no es caos, sino un nuevo equilibrio: archivos que respiran, envejecen y se regeneran.
Una bibliotecología del compost
El compost no es residuo ni monumento. Es proceso: la conversación continua entre la muerte y la fertilidad. Una bibliotecología del compost trataría cada registro como un compuesto vivo: parte de una cadena metabólica que vincula datos, contexto y comunidad.
En este modelo, los catálogos se asemejan a suelos: densos con historias invisibles, abiertos a la infiltración, moldeados por el clima y el cuidado. Los metadatos se convierten en el humus del conocimiento, fértil precisamente porque se descompone.
Esta visión requiere humildad. Comisariar la decadencia es abandonar las fantasías de preservación total y abrazar la ética de lo efímero. También exige valentía: construir sistemas que cambien, fallen y alimenten a sus sucesores. Pero esto no es una derrota. Es alinearse con el mundo vivo: reconocer que la persistencia depende de la transformación.
El bosque no recuerda resistiendo al tiempo: lo hace convirtiéndose en suelo. Si las bibliotecas y los archivos desean seguir siendo significativos en un mundo que se descompone, deben aprender a hacer lo mismo.
Esta entrada refleja la crónica "El bosque no olvida", una reflexión narrativa sobre el mismo tema.