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Dejando atrás las bibliotecas verdes (9 de 10)
Justicia ecológica
Acabando con la hipocresía de las bibliotecas "verdes" en el Norte Global
Esta nota forma parte de una serie que cuestiona el statu quo de las "bibliotecas verdes", denunciando el greenwashing y el tokenism, y explorando alternativas viables, como el minimalismo, el decrecimiento, el upcycling y las "bibliotecas lentas" (slow libraries). Consulte todas las notas en el índice de esta sección.
Introducción
Seamos honestos: el supuesto liderazgo medioambiental del Norte Global se basa en la exportación del sacrificio.
A pesar de todos los discursos, las certificaciones ecológicas, los paneles solares y los brillantes informes de sostenibilidad, la incómoda verdad sigue siendo que los países ricos siguen contaminando y consumiendo a ritmos insostenibles mientras subcontratan "soluciones" medioambientales en el Sur Global.
Y las bibliotecas, a pesar de su papel de guardianas del conocimiento y el progreso, no se han quedado fuera de este juego de externalización moral.
Aunque muchas bibliotecas adoptan prácticas "verdes" (contenedores de reciclaje, créditos de compensación de carbono, salas de conferencias con energía solar), su huella ecológica suele estar integrada en los mismos sistemas globales de desigualdad a los que pretenden resistirse. Si las bibliotecas quieren tomarse en serio la acción climática, deben dejar de repetir como loros las narrativas medioambientales del Norte Global y empezar a enfrentarse a las incómodas verdades que exige la verdadera justicia ecológica.
La hipocresía medioambiental del Norte Global
El greenwashing no es sólo una cuestión de marca, sino una de posicionamiento geopolítico. El Norte Global lleva décadas produciendo la inmensa mayoría de las emisiones globales, extrayendo recursos y exportando degradación medioambiental, mientras se presenta a sí mismo como el pionero de las soluciones climáticas.
Desde el mercado de compensación de emisiones de carbono hasta las cadenas de suministro de tecnología "verde" basadas en la minería del litio y la explotación laboral, la idea misma de responsabilidad ecológica ha sido puesta patas arriba. Ya no se trata de reducir el daño en su origen, sino de mantener la comodidad a través de consecuencias distantes y externalizadas.
Esta hipocresía está institucionalizada en programas como REDD+ (Reducción de Emisiones por Deforestación y Degradación de los Bosques), que permiten a países o empresas contaminar más, siempre que inviertan en proyectos de plantación de árboles o preservación de bosques en otros lugares, normalmente en territorios indígenas o rurales del Sur Global. La misma lógica se ha colado en las instituciones culturales, incluidas las bibliotecas. En lugar de reducir el consumo de energía o cuestionar su papel en el sistema, muchas simplemente compran su camino hacia la ecorrespetabilidad con créditos y etiquetas de construcción ecológica.
Las bibliotecas y el silencio de la complicidad
Las bibliotecas, especialmente en el Norte Global, a menudo se enorgullecen de ser espacios éticos. Pero la ética que defienden rara vez es decolonial, pocas veces está arraigada en la justicia material, y no suele asumir responsabilidades ante los sistemas globales que las sustentan.
Los centros de datos que consumen increíbles cantidades de energía para respaldar las colecciones digitales, las actualizaciones tecnológicas que requieren tierras raras procedentes de paisajes devastados, y las asociaciones internacionales que ignoran las dinámicas de poder asimétricas, no son meros descuidos. Son síntomas de una complicidad estructural más profunda.
Si las bibliotecas quieren reivindicar un rol medioambiental, no pueden seguir siendo participantes pasivas en semejante ciclo extractivo. La justicia ecológica significa enfrentarse a la realidad de que los sistemas de conocimiento de los que dependen —los libros, las bases de datos, la infraestructura— están enredados con cadenas globales de trabajo y de recursos que son cualquier cosa menos "verdes".
¿Cómo sería la justicia ecológica en las bibliotecas?
La justicia ecológica se centra en el principio de que los costes y beneficios de las decisiones medioambientales deben repartirse equitativamente entre naciones, comunidades y generaciones.
Para las bibliotecas, esto significa rechazar la sostenibilidad superficial y adoptar una ética solidaria. También significa educar a los usuarios no sólo sobre el cambio climático, sino sobre quién paga las "soluciones" climáticas.
Las bibliotecas pueden —y deben— conservar colecciones y organizar actos que cuestionen la división Norte-Sur en materia de responsabilidad medioambiental. Destacar autores, movimientos y comunidades del Sur Global que se resisten a la explotación medioambiental. Exponer los costes ocultos del capitalismo verde. Crear espacios para diálogos locales que conecten la justicia medioambiental con las experiencias vividas, especialmente las de las comunidades migrantes, indígenas y de clase trabajadora.
Pero la educación es sólo una parte. Las bibliotecas también deben examinar sus propias operaciones a través de la lente de la justicia ecológica. ¿De dónde procede su energía? ¿Cómo se alojan sus servicios digitales? ¿Qué materiales consumen y a qué coste ecológico y humano? ¿Están reproduciendo las mismas jerarquías globales contra las que luchan los movimientos por la justicia climática?
Cambios prácticos hacia la justicia ecológica
La justicia ecológica no busca la perfección, sino la honradez, la responsabilidad y la conciencia sistémica. Las bibliotecas pueden empezar por:
- Replantearse las políticas de compras para apoyar a proveedores locales, éticos y de bajo impacto.
- Organizar programas públicos que critiquen el capitalismo verde, en lugar de celebrarlo.
- Reducir la dependencia de los ecosistemas tecnológicos corporativos que se basan en prácticas extractivas.
- Apoyar infraestructuras de conocimiento abierto que no estén atrapadas en monopolios editoriales coloniales.
- Crear asociaciones con las comunidades más afectadas por la injusticia medioambiental, no como beneficiarios, sino como colaboradores.
Las bibliotecas deben dejar de equiparar el ecologismo con el branding, y tienen que empezar a entenderlo como una lucha relacional, global y política.
Conclusión: elegir un bando
No existe una política medioambiental neutra. Cada acción bibliotecaria —cada compra, cada decisión de diseño, cada asociación— las alinea con un modelo extractivo o con uno regenerativo.
Las bibliotecas del Norte Global no pueden seguir posando como "verdes" mientras dependen del sacrificio ecológico del Sur Global.
La justicia ecológica exige que dejemos de escondernos tras una estética reciclada y empecemos a desmantelar las estructuras que nos han traído hasta aquí. Eso significa que las bibliotecas deben elegir.
Complicidad o solidaridad radical.
Lecturas
- Abate, Randall S. (ed.) (2016). Climate Justice: Case Studies in Global and Regional Governance Challenges. Washington: Environmental Law Institute.
- Anand, Ruchi (2016). International Environmental Justice: A North-South Dimension. London & New York: Routledge.
- Atapattu, Sumudu A., Gonzalez, Carmen G. & Seck, Sara L. (2021). The Cambridge Handbook of Environmental Justice and Sustainable Development. Cambridge: Cambridge University Press.
- Büscher, Bram & Fletcher, Robert (2020). The Conservation Revolution: Radical Ideas for Saving Nature Beyond the Anthropocene. London & New York: Verso.
- Martínez-Alier, Joan (2002). The Environmentalism of the Poor: A Study of Ecological Conflicts and Valuation. Cheltenham: Edward Elgar.
- Roberts, J. Timmons & Parks , Bradley C. (2007). A Climate of Injustice: Global Inequality, North-South Politics, and Climate Policy. Cambridge, MA: The MIT Press.
- Simms, Andrew (2005). Ecological Debt: The Health of the Planet and the Wealth of Nations. London & Ann Arbor: Pluto Press.
Acerca de la entrada
Texto: Edgardo Civallero.
Fecha de publicación: 11.04.2024.
Foto: "How Do We Begin To Center Environmental Justice in Urban Ecology Research?". En life in the City [Enlace].