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Lidiando con el literocentrismo (08 de 10)

Literocentrismo digital

Cuando los libros electrónicos reemplazan, pero no transforman

 

Esta nota forma parte de una serie que critica el culto a la alfabetización en las bibliotecas, denunciando cómo la lectura, la escritura y el libro han sido coronados como las únicas formas válidas de conocimiento, mientras todo lo demás es silenciado, excluido o deformado para encajar en la página. Consulte todas las notas en el índice de esta sección.

 

La pantalla como espejo, no como portal

Cuando las bibliotecas se digitalizan, lo hacen buscando una transformación. Hablan de acceso, modernización e inclusión. La imagen es atractiva: conocimiento liberado de las cadenas físicas del papel, circulando libremente a través de servidores y pantallas. Una biblioteca global, con capacidad de búsqueda inmediata.

Sin embargo, lo que ofrecen las bibliotecas digitales en la mayoría de los casos no es transformación, sino reproducción. La pantalla se convierte en un espejo de la página. La infraestructura sigue teniendo forma de libro. La lógica sigue siendo la de un libro impreso.

Las colecciones digitales están dominadas por formatos que replican las convenciones de lo impreso: EPUB, PDF, páginas escaneadas con OCR. El contenido se estructura en capítulos, citas y bibliografías. Las interfaces están diseñadas para buscar palabras clave, filtrar por autor y enlazar con registros basados en DOI. La experiencia del usuario está pensada para la lectura. Y todo lo que se salga de ese modo es periférico, o queda excluido por completo.

La promesa de la biblioteca digital a menudo no es más que el libro con otro nombre.

 

Cuando el acceso se reduce a texto

El tránsito de estanterías a servidores no amplía el acceso epistémico de forma automática. Solo amplía el acceso a lo ya codificado, a lo ya alfabetizado y a lo ya citable.

Las campañas de digitalización priorizan los documentos textuales: manuscritos, registros gubernamentales, revistas, monografías... Incluso cuando incluyen materiales orales o visuales, lo hacen con la condición de que estén traducidos: una transcripción, un pie de foto, o al menos un registro de metadatos.

Una entrevista se incluye si tiene un resumen escrito. Una canción se almacena como MP3 solo si ha sido indexada por título y tema. Un vídeo de un ritual se aloja en el servidor, pero queda oculto porque el sistema de búsqueda nunca se diseñó para encontrar gestos. La interfaz no escucha. El algoritmo no puede sentir.

En aquellos casos en que las bibliotecas albergan colecciones multimedia, estas suelen ser tratadas como excepciones. Los archivos orales son "proyectos especiales". Las grabaciones de sonido son "complementos". La biblioteca real —la infraestructura central— sigue funcionando con texto.

 

Infraestructuras digitales, sesgo analógico

El problema va más allá del formato. Es también arquitectónico.

Las plataformas bibliotecarias —OPACs, motores de investigación, repositorios institucionales— están diseñadas en torno a metadatos exclusivamente bibliográficos. Esperan un tipo específico de contenido: con autor, título, fecha y clasificación. Cuando el material no se ajusta a estos parámetros, se lo fuerza a cumplirlos o se lo deja de lado.

Este es un sesgo heredado de los sistemas analógicos que se intensifica en el espacio digital. Curiosamente, en una biblioteca física un usuario aún podía encontrar algo inesperado. En una interfaz digital, lo que no se puede buscar es como si no existiera. Lo que no se puede indexar no se puede encontrar. Lo que no se puede consultar no se puede conocer.

La digitalización sin pluralismo epistémico no es liberación: es compresión.

 

Más allá del libro simulado

La biblioteca digital podría ser un espacio de inclusión radical. Podría albergar tradiciones orales con sus propios sistemas de indexación. Podría priorizar la escucha sobre la digitalización. Podría crear archivos de silencio, sonido, movimiento y desaparición. Podría tratar el conocimiento incorporado como algo más que una simple anotación.

Pero eso requeriría mucho más que convertir libros en archivos digitales. Requeriría cuestionar la idea misma de qué es lo que alberga una biblioteca y cómo lo hace.

El EPUB no es el fin del libro. Es su vida después de la muerte. Y, como dicen que ocurre con muchos fantasmas, se resiste a partir.

Hasta que las bibliotecas dejen de confundir formato con transformación, seguirán atadas, no al papel, sino a la lógica de la imprenta.

 

Acerca de la entrada

Texto: Edgardo Civallero.
Fecha de publicación: 31.10.2025.
Foto: ChatGPT.