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Lidiando con el literocentrismo (06 de 10)

Metadatos para la palabra escrita

La catalogación como exclusión

 

Esta nota forma parte de una serie que critica el culto a la alfabetización en las bibliotecas, denunciando cómo la lectura, la escritura y el libro han sido coronados como las únicas formas válidas de conocimiento, mientras todo lo demás es silenciado, excluido o deformado para encajar en la página. Consulte todas las notas en el índice de esta sección.

 

Introducción

Los metadatos suelen describirse como la infraestructura invisible de las bibliotecas: un andamiaje neutral que garantiza la posibilidad de descubrimiento, la interoperabilidad y el acceso a largo plazo.

Sin embargo, la neutralidad es un mito.

Sistemas como MARC (Machine-Readable Cataloging), la Clasificación Decimal Dewey (CDD) y la Clasificación de la Biblioteca del Congreso (LCC) fueron diseñados dentro de, y para, un mundo en el que el libro constituía la unidad central del conocimiento. No surgieron en el vacío, sino en contextos de finales del siglo XIX y principios del XX que asumían la alfabetización como norma cultural e ideal intelectual. El resultado es un sesgo literocéntrico profundamente incrustado en la arquitectura de la descripción bibliotecaria.

Este sesgo tiene consecuencias. Cuando las estructuras de metadatos presuponen objetos paginados, con autoría y publicados, inevitablemente tergiversan, marginan o borran formas de conocimiento que no se ajustan a la cultura impresa. Las tradiciones orales, las prácticas performativas y las expresiones efímeras o multisensoriales aparecen en los catálogos solo como sombras de sí mismas, a menudo mediadas por sustitutos escritos.

 

Estructuras de datos literatas

MARC, creado en la década de 1960 en la Biblioteca del Congreso, ilustra el privilegio otorgado al libro. Su estructura de registro está optimizada para entidades bibliográficas con autores, títulos, editores y número de páginas. Incluso los formatos "no bibliográficos" incorporados más tarde —mapas, grabaciones sonoras, videos— son forzados a encajar en el mismo molde. Un disco de vinilo se describe mediante listas de pistas y duraciones, y una película se captura a través de créditos de producción y longitud en minutos. El modelo de datos no contempla las cualidades experienciales de escuchar, mirar o participar.

Los sistemas de clasificación reproducen las mismas lógicas literarias. Dewey ubica las tradiciones orales en categorías literarias estrechas (a menudo bajo "literatura popular"), y la LCC relega las obras orales indígenas a áreas adyacentes a la literatura escrita, subsumiéndolas así en géneros literarios en lugar de reconocerlas como formas epistémicas autónomas. El acto de encajar el conocimiento en clases preexistentes revela el ADN libresco de estos sistemas.

 

Clasificando lo inclasificable

Cuando se enfrenta a conocimientos no literarios, la catalogación recurre a la traducción hacia sustitutos textuales. Consideremos las tradiciones épicas orales: los poemas homéricos o los repertorios de griots de África Occidental se representan en los catálogos no como interpretaciones vivas, sino como ediciones, comentarios críticos o transcripciones. De manera similar, las danzas rituales preservadas en archivos audiovisuales se catalogan mediante metadatos textuales —nombres de coreógrafos, fechas, lugares— en lugar de hacerlo con vocabularios de movimiento significativos para los propios practicantes.

Los archivos sonoros ofrecen ejemplos contundentes. La Colección Alan Lomax en la Biblioteca del Congreso contiene miles de grabaciones de campo de canciones y narraciones. En el catálogo MARC, estas se pueden localizar principalmente a través del título transcrito de la pieza, el nombre del intérprete o la fecha de la grabación. El catálogo rara vez captura las tonalidades, los silencios o los contextos performativos: rasgos que constituyen el conocimiento encarnado en la grabación. Los metadatos dirigen al usuario nuevamente hacia puntos de acceso textuales, no hacia los sonoros o experienciales.

Otro caso: los Archivos Sami en Noruega mantienen colecciones de yoik, una tradición vocal central en la cultura sami. Si bien los proyectos de preservación digital han resguardado las grabaciones, la catalogación sigue orientada hacia la descripción bibliográfica, con campos de metadatos como "título de la canción" y "compositor": conceptos ajenos a la identidad relacional y contextual del yoik. Aquí, el literocentrismo no solo describe mal, sino que también altera la ontología misma de la práctica.

 

Consecuencias de la catalogación literocéntrica

La orientación literaria de la catalogación produce dos consecuencias clave. Primero, el sesgo de descubrimiento: si una forma de conocimiento no puede traducirse en descriptores bibliográficos, se vuelve invisible en las interfaces de búsqueda. Las interpretaciones orales, si no son transcritas, resultan prácticamente irrecuperables. Segundo, la exclusión epistémica: la catalogación comunica no solo lo que existe, sino lo que se reconoce como conocimiento legítimo. Al codificar únicamente sustitutos literarios, las bibliotecas perpetúan una jerarquía en la que los artefactos textuales se consideran dignos de preservación y descripción, mientras que las prácticas encarnadas, orales y efímeras son relegadas a un estatus marginal.

Esto reproduce lo que Christine Borgman (2000, From Gutenberg to the Global Information Infrastructure) identificó como el dominio de las epistemologías textuales en la bibliotecología. Incluso en las bibliotecas digitales, donde los esquemas de metadatos podrían ser radicalmente reimaginados, vemos continuidad: Dublin Core, MODS y BIBFRAME mantienen fuertes orientaciones bibliográficas, asegurando la persistencia de los predeterminados literocéntricos.

 

Hacia alternativas

Existen, sin embargo, experimentos que cuestionan este sesgo.

Los archivos sonoros, como el proyecto Sounds de la British Library, han comenzado a incorporar descriptores que van más allá de los campos bibliográficos, y que incluyen etiquetas de género, notas contextuales y metadatos generados por la comunidad. Aunque todavía limitadas, estas iniciativas apuntan a posibilidades de una descripción centrada en lo sonoro.

Los proyectos de historia oral, como el Columbia Center for Oral History, utilizan cada vez más la indización temática en lugar de la sustitución bibliográfica, lo que permite acceder a las narrativas a través de palabras clave, emociones o temas, en lugar de datos de publicación textual.

Los marcos de datos indígenas, como los Principios CARE para la Gobernanza de Datos Indígenas, enfatizan descripciones del conocimiento que sean contextuales, relacionales y autorizadas por la comunidad. Aquí, los metadatos no buscan encajar en estándares universales, sino respetar la soberanía epistémica.

Los enfoques de la web semántica también abren posibilidades. Los modelos basados en ontologías permiten la descripción de sonidos, movimientos o gestos en sus propios términos, sin reducirlos a "títulos" o "páginas". Proyectos como los Linked Open Data de Europeana han demostrado la viabilidad de la descripción multimodal, aunque su adopción sigue siendo desigual.

 

Conclusión

La catalogación no es un ejercicio técnico neutral, sino un acto político. Cuando MARC, Dewey o la LCC insisten en estructuras literatas, refuerzan la suposición de que solo el conocimiento escrito "cuenta". Las tradiciones orales, las expresiones performativas, los silencios y las prácticas multisensoriales no están ausentes porque no existan, sino porque las infraestructuras bibliotecarias no logran representarlas.

El desafío no consiste simplemente en "agregar campos" para canciones o danzas, sino en repensar los metadatos desde sus cimientos: en preguntar qué significaría comenzar no con el libro, sino con la voz, el gesto, el ritmo o la pausa. Solo entonces las bibliotecas podrán empezar a aflojar el dominio del literocentrismo y avanzar hacia arquitecturas de la memoria más inclusivas.

 

Acerca de la entrada

Texto: Edgardo Civallero.
Fecha de publicación: 05.09.2025.
Foto: ChatGPT.