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Lidiando con el literocentrismo (05 de 10)

Comercio y control

Cuando los libros se convierten en moneda de cambio

 

Esta nota forma parte de una serie que critica el culto a la alfabetización en las bibliotecas, denunciando cómo la lectura, la escritura y el libro han sido coronados como las únicas formas válidas de conocimiento, mientras todo lo demás es silenciado, excluido o deformado para encajar en la página. Consulte todas las notas en el índice de esta sección.

 

La economía oculta de las bibliotecas

A las bibliotecas les gusta presentarse como espacios no comerciales: santuarios fuera de la lógica del lucro y el intercambio. Pero toda biblioteca opera dentro de una economía: un sistema de valoración, adquisición y distribución. Aunque no circule dinero en el mostrador de préstamo, cada libro en los estantes fue adquirido a través de decisiones moldeadas por la escasez, la selección y la legitimidad.

Y en esa economía, los libros son la única moneda estable.

Los planes de desarrollo de colecciones se construyen en torno a formatos que pueden comprarse, donarse, enviarse, intercambiarse, catalogarse y almacenarse. Los consorcios negocian el acceso a bases de datos con licencia. Las editoriales fijan precios y controlan las cadenas de suministro. Las políticas de donación regulan qué puede aceptarse y qué será descartado. Todo gira en torno a medios impresos o imprimibles: material que encaja en la infraestructura de las bibliotecas.

Lo que no encaja queda excluido.

No porque no contenga conocimiento, sino porque carece de valor de cambio.

 

El sesgo material de la generosidad

Las bibliotecas dependen a menudo de la generosidad: de donantes, de instituciones asociadas, de redes de préstamo interbibliotecario. Pero incluso la generosidad está regida por el formato. Un libro puede ser donado. Un documento puede ser digitalizado. Un PDF puede ser licenciado. Estas transacciones tienen sentido dentro de la economía del mundo literocéntrico.

Pero ¿qué ocurre cuando una comunidad ofrece una canción? ¿Un rito? ¿Un gesto transmitido a través de generaciones? ¿Qué ocurre cuando una persona ofrece su memoria, su dolor, su alegría, pero no puede traducirlos a la escritura?

Generalmente, no ocurre nada.

Esas ofertas no están en el formato adecuado para ser recibidas. No existe un protocolo de donación para el aliento. No hay un flujo de trabajo de adquisición para un testimonio oral ofrecido en el instante. No hay forma de "aceptar" un silencio a menos que alguien lo haya transcrito y explicado de antemano.

En un sistema literocéntrico, la generosidad fluye en una sola dirección: desde quienes pueden convertir el conocimiento en texto, en ISBN, en objetos digitales. Todo lo demás se vuelve invisible, o peor aún, ilegible.

 

Catálogos de propiedad

Adquirir no es solo recibir. Es poseer, catalogar, integrar. Un libro que ingresa en una colección pasa a formar parte del acervo institucional. Es etiquetado, colocado en estanterías, numerado, monitoreado. Se vuelve legible y recuperable dentro de un sistema controlado.

Pero el conocimiento oral o encarnado se resiste a semejante proceso. No puede numerarse sin ser alterado. No puede recuperarse sin ser desplazado. Su valor reside en su contexto, en su presencia, en su flujo, no en su extracción.

Esa incompatibilidad no es solo técnica. Es ontológica. Revela que la economía bibliotecaria no es neutral. No se limita a reunir conocimiento. Lo transforma. Exige su traducción a un modo de propiedad que privilegia la escritura y castiga todo aquello que se niega a adaptarse.

Como resultado, el crecimiento de las colecciones se convierte en una forma de control epistémico. Solo lo que puede adquirirse de acuerdo con los procedimientos establecidos se considera digno de preservación. Solo lo que encaja puede ser valorado. El resto queda excluido, no por política, sino por infraestructura.

 

Más allá de la economía del libro

Si las bibliotecas desean sostener un verdadero pluralismo del conocimiento, deben cuestionar los cimientos de su propia lógica material. Deben preguntarse si la economía en la que operan sirve realmente a la memoria o si simplemente refuerza la hegemonía de lo impreso.

Esto no significa descartar el libro. Significa destronarlo como la única moneda de cambio. Significa construir sistemas capaces de recibir el conocimiento en múltiples formas, incluso cuando esas formas no puedan comprarse, poseerse o catalogarse en el sentido tradicional.

Para acoger distintos sistemas de conocimiento, las bibliotecas deben inventar formas diferentes de reciprocidad. Deben aprender a aceptar lo que no puede intercambiarse. Deben descubrir cómo honrar contribuciones que no son objetos, sino presencias.

Hasta entonces, el don de la memoria permanecerá sin recibirse. No porque no haya sido ofrecido, sino porque la biblioteca nunca aprendió a abrir las manos.

 

Acerca de la entrada

Texto: Edgardo Civallero.
Fecha de publicación: 22.08.2025.
Foto: ChatGPT.