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Lidiando con el literocentrismo (03 de 10)

Mundos silenciados

Donde los archivos solo oyen al papel

 

Esta nota forma parte de una serie que critica el culto a la alfabetización en las bibliotecas, denunciando cómo la lectura, la escritura y el libro han sido coronados como las únicas formas válidas de conocimiento, mientras todo lo demás es silenciado, excluido o deformado para encajar en la página. Consulte todas las notas en el índice de esta sección.

 

El archivo como autoridad

Los archivos suelen presentarse como guardianes de la memoria, depositarios de lo que una sociedad decide que merece la pena conservar. Se presentan como neutrales, metódicos y objetivos. Pero los archivos, como todas las herramientas culturales, están moldeados por los valores y las estructuras que los construyen. Y en la mayoría de los sistemas bibliotecarios, esas estructuras son literocéntricas sin paliativos.

Desde las políticas de adquisición hasta los criterios de catalogación, desde las plantillas de metadatos hasta la infraestructura física, los archivos están diseñados para preservar lo que ya se ha fijado en forma escrita. Manuscritos, libros de contabilidad, informes, cartas y otras publicaciones se consideran los pilares de la historia. Lo que no se puede escribir, imprimir, citar o escanear se suele dejar de lado.

El resultado es un silencio comisariado.

 

Lo que no puede archivarse

La memoria no siempre se ajusta a los contenedores textuales. En muchas culturas —y en muchas vidas individuales— el conocimiento vive en movimiento. Se canta, se gesticula, se baila, se inhala. Está incrustado en el cuerpo, la tierra, el ritual, el ritmo. Surge en el contexto, no en categorías abstractas. Cambia con las estaciones, con la respiración, con el linaje.

Pero los archivos tradicionales no están hechos para contener el aliento. Están hechos para contener papel.

Cuando un canto se interpreta pero no se transcribe, desaparece. Cuando una danza codifica instrucciones sagradas pero carece de notación que la acompañe, queda excluida. Cuando un gesto es elocuente pero no puede reducirse a una leyenda, desaparece del registro. Estas ausencias no son accidentes. Son estructurales.

Las bibliotecas —incluso las que albergan archivos— tienden a interpretar el conocimiento a través de la lógica bibliográfica. Debe haber un título, un autor, un formato, una fecha. Debe haber un contenedor. Pero muchas formas de memoria se resisten a la contención. Se disuelven cuando se sacan de su contexto original. No significan nada sin la cadencia, el cuerpo, el silencio entre las palabras.

Esto no significa que sean frágiles. Significa que están vivas.

 

La documentación como disciplina

Para entrar en el archivo, el conocimiento debe documentarse. Pero la documentación no es un acto pasivo. Transforma lo que toca. Traduce —a menudo violentamente— prácticas vivas en huellas estáticas. Elimina el contexto, colapsa los matices, arregla lo que nunca debió arreglarse.

En muchos casos, la obligación de documentar se convierte en una herramienta de control. Si una comunidad no puede escribir su historia, no tiene historia. Si un acontecimiento no deja rastro textual, se considera inverificable. Si un sistema de conocimiento se resiste a la abstracción, se le tacha de acientífico. Lo indocumentado no sólo se ignora, sino que se desacredita.

Incluso cuando las bibliotecas intentan incluir materiales orales o no textuales, a menudo exigen que estén mediados por marcos alfabetizados. Una grabación sonora debe tener una transcripción. Una entrevista debe citarse. Un ritual debe "explicarse". El archivo no se abre a la diferencia. Absorbe la diferencia en su propia lógica.

 

Hacia un archivo que escucha

Para que las bibliotecas se conviertan en verdaderos guardianes de la memoria, deben dejar de considerar la palabra escrita como el estándar de la conservación. Deben aprender a dar cabida a la memoria que se niega a quedarse quieta. Para el conocimiento que se mueve, que respira, que se resiste a ser capturado.

No se trata de abandonar la estructura. Es una llamada a repensarla.

Un archivo puede diseñarse para escuchar. Puede privilegiar el contexto sobre la extracción. Puede apoyar formas de conservación que no reduzcan todo a texto. Puede dar cabida a rituales que no se explican por sí mismos. Puede proteger lo que no se puede poseer.

Hasta entonces, el archivo escrito seguirá produciendo silencio. No porque no haya hablado nadie, sino porque la institución se ha negado a escuchar.

 

Acerca de la entrada

Texto: Edgardo Civallero.
Fecha de publicación: 18.07.2025.
Foto: ChatGPT.