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Saberes y memorias silenciadas en los trópicos (04)
Arrecifes de coral que recuerdan
El archivo bajo la marea
Introducción
Cuando hablamos de conocimiento y memoria en los trópicos, nuestras metáforas suelen recurrir a las raíces. Bosques, suelos, hojas... todos ellos se prestan fácilmente al lenguaje de los libros, de los archivos, de los sistemas que sabemos leer.
Pero, ¿y el mar?
El océano no guarda la memoria en cortezas o anillos. La almacena en ritmos. En la forma en que los peces vuelven a los mismos arrecifes, año tras año. En las migraciones no guiadas por GPS, sino por las corrientes, la luz de la luna y la temperatura. En el zumbido polifónico de los pólipos de coral, los chasquidos de las gambas y los cantos de las ballenas: un texto subacuático en capas escrito con vibraciones.
Durante siglos, las comunidades costeras de los trópicos han leído esos ritmos. Y los han protegido. Mucho antes de que la ciencia marina trajera el sonar y las imágenes por satélite, mucho antes de las zonas de conservación y los informes sobre el blanqueamiento del coral, ya existían sistemas.
No inspirados en la ecología, sino hechos de ella.
El ritual como norma
En las islas del Pacífico, el Caribe y el Triángulo de Coral, el conocimiento de los arrecifes nunca ha estado separado de la cultura. Vive en los cantos, en los linajes, en el momento preciso de una ceremonia o en la estación en que se pueden (o no) capturar determinados peces. En muchos casos, no se trata de normas escritas, sino de prácticas. Y al llevarlas a cabo, las comunidades garantizaban la supervivencia de los sistemas de arrecifes que, a su vez, garantizaban la suya propia.
En Maluku, Indonesia, la tradición conocida como sasi restringe la pesca en zonas designadas durante periodos concretos. Estas restricciones se declaran mediante elementos rituales —marcadores de bambú, canciones y ceremonias colectivas— y se hacen cumplir por consenso social. Cuando se levanta la sasi es porque el arrecife ha tenido tiempo de recuperarse.
En las Islas Cook, la práctica del ra'ui rige el uso de los recursos en zonas de lagunas designadas. Suele transmitirse a través de la autoridad de los jefes y está vinculada a señales ecológicas. El sistema es oral, adaptativo y relacional. Funciona no gracias a las multas ni a la aplicación de la ley, sino a la confianza en los ritmos del mar y de las estaciones.
En las comunidades afrocaribeñas, los tabúes de la pesca estaban ligados a los ciclos lunares, los aniversarios ancestrales o los periodos de descanso marcados por los tambores, el ayuno o el silencio. No eran "supersticiones": eran sistemas de gestión codificados en el cuerpo, la memoria muscular, el canto y el ritual colectivo.
Y funcionaban.
El archivo rítmico
A diferencia del archivo estático de papel o del armario de herbario indexado, el conocimiento de los arrecifes es rítmico. Pulsa, se retira, vuelve. No puede consultarse a voluntad, sino en el momento oportuno. No "almacena" datos en un lugar, sino que los distribuye por cuerpos, mareas, sonidos y líneas de memoria. No se abre. Se entra en él.
Entender esto es cambiar no sólo lo que consideramos "conocimiento", sino nuestra comprensión del tiempo.
La ciencia occidental aborda la conservación mediante la acumulación lineal: más datos, más modelos, más seguimiento. Pero estos sistemas ancestrales seguían epistemologías cíclicas. No "registraban" los acontecimientos, sino que respondían a ellos de forma adaptativa, estacional y ritual. No predecían en función de los números, sino que se adaptaban al ritmo.
Esa diferencia no es cosmética. Es civilizacional.
Cuando se interrumpió la marea
La expansión colonial no sólo redibujó las fronteras terrestres, sino que alteró los ritmos marinos. Los misioneros prohibieron los cantos y rituales que regían el cuidado de los arrecifes. Los administradores coloniales impusieron temporadas de veda y cuotas sin comprender los sistemas locales. La expansión naval y la navegación comercial alteraron los ciclos de reproducción y las zonas sagradas. Y los científicos marinos —sí, incluso los "buenos"— llegaron con redes y cuadernos, extrayendo peces y datos por igual, sin dejar espacio para los nombres o las razones que durante tanto tiempo habían regido esas aguas.
Nombrar el arrecife sin el canto conllevó borrar la razón por la que sobrevivía.
Declarar una zona marina protegida sin hablar con sus cuidadores implicó despojarla de su memoria.
Modelar las poblaciones de peces por su número, pero ignorar sus historias, sus cantos o sus espíritus, significó convertir un archivo vivo en un depósito de recursos.
Lo que se perdió en la traducción
El paso del ritual al reglamento, del canto a la carta, no sólo cambió la metodología. Cambió quién tenía la palabra. Convirtió el conocimiento en política y borró a las personas que lo llevaban en la piel, el aliento y la lengua.
Hoy, muchos de estos sistemas están siendo "redescubiertos" por los biólogos conservacionistas. Y eso es un buen comienzo. Pero seamos claros: rebautizar la sasi como "conocimiento ecológico tradicional" y citarla en artículos revisados por pares no es lo mismo que restaurar su función, poder o autoría.
Lo que hace falta no es incorporarla, sino restaurarla. No una adaptación cultural a un modelo científico occidental, sino un retorno a la gobernanza relacional: que los seres humanos y los arrecifes sean coautores de la historia, estación tras estación.
Escuchar bajo la superficie
Los arrecifes de coral recuerdan. Recuerdan los cánticos que mantenían alejados a los peces durante el desove. Recuerdan el silencio que seguía a una muerte en la comunidad, cuando se doblaban las redes y se guardaban los anzuelos. Recuerdan el ritmo de los remos y la forma de las canoas talladas. Y recuerdan el ruido que vino después: los motores fuera borda, los arrastreros, los turistas, los barcos científicos.
Si los bosques hablan en anillos y cicatrices, los arrecifes hablan en ciclos.
Siguen hablando, de hecho. La cuestión es si seguiremos traduciendo sus voces en porcentajes o datos, o si finalmente decidiremos aprender a escucharlas en su propio idioma.
Acerca de la entrada
Texto: Edgardo Civallero.
Fecha de publicación: 24.04.2025.
Foto: Fragmentos de coral recogidos en las costas del Mar Caribe, Panamá. © Edgardo Civallero, 2025.