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Decolonizando mi biblioteca (10 de 15)
Formatos disruptivos: el poder de los medios no tradicionales
Promoviendo formatos y medios diversos
Este post forma parte de una serie que revisa el descolonialismo en bibliotecas, archivos y otros espacios similares, desde la perspectiva del Sur Global y los márgenes, y cómo el colonialismo afecta a las colecciones, el personal, los servicios, las actividades, las políticas y los resultados. Todas las entradas de esta serie pueden consultarse en el índice de esta sección.
Introducción
La forma en la que definimos y transmitimos el conocimiento y la memoria ha estado dictada durante mucho tiempo por las estructuras dominantes — primero a través del texto escrito, y después a través de los medios digitales.
Históricamente, bibliotecas, archivos e instituciones académicas han privilegiado estos formatos, reforzando una visión estrecha de lo que constituye el conocimiento "válido". Sin embargo, fuera de esas instituciones, comunidades y sociedades humanas han preservado y compartido conocimiento y memoria a través de medios radicalmente diferentes, y a menudo marginalizados. Las tradiciones orales, los murales, los grafitis, los tejidos, las pinturas corporales, la cerámica e incluso los propios territorios encierran conocimientos tan ricos y complejos como cualquier libro impreso o base de datos digital.
Esta entrada explora el poder de estos formatos, los cuales desafían los paradigmas establecidos de transmisión del conocimiento y reclaman espacios para las voces marginalizadas. A diferencia de los denominados medios "alternativos", como las novelas gráficas o los podcasts, que ya se han integrado en el discurso bibliotecario dominante, estos formatos son verdaderamente disruptivos y siguen siendo en gran medida ignorados, descartados, o considerados meramente "simbólicos". Sin embargo, representan algunas de las formas más duraderas, subversivas y comunitarias de preservación del conocimiento y de narración de historias.
La persistencia de la oralidad
Mucho antes del lenguaje escrito, las sociedades humanas desarrollaron complejas tradiciones orales para transmitir la historia, las leyes, las cosmologías y las identidades. La oralidad no es sólo un medio de preservar el pasado: es una práctica viva y evolutiva que fomenta la memoria y la identidad colectivas. Para muchas comunidades indígenas, la palabra hablada no es secundaria frente al texto escrito, sino que es el principal modo de transmisión de conocimientos. Sin embargo, las bibliotecas y los archivos no logran dar cabida al conocimiento oral si no es a través de transcripciones, lo cual reduce las tradiciones dinámicas y performativas a palabras estáticas inscritas en una página.
Para aceptar las tradiciones orales como conocimiento legítimo, los espacios de gestión de conocimiento y memoria deben replantearse sus roles. No basta con grabar y archivar las narativas habladas: hay que mantener vivas estas tradiciones mediante la interpretación, la participación de la comunidad y el respeto por las formas relacionales en que se transmite el conocimiento. La voz, el acto de contar historias, el contexto en el que se comparten: todos estos elementos importan tanto como el contenido en sí.
Grafitis, murales y la política del conocimiento público
Las paredes hablan. Desde los murales de Diego Rivera hasta los grafitis de resistencia de la Palestina ocupada, el arte público ha servido durante mucho tiempo como acto de contramemoria, desafiando las historias oficiales y reclamando espacios de opresión. A diferencia de los libros almacenados en salas de ambiente controlado, los grafitis y murales existen en público, accesibles a todos, sujetos a la acción de los elementos, al borrado y a la renovación. Desafían la idea de que el conocimiento pertenece a las instituciones y afirman que pertenece a la gente.
Las bibliotecas y los archivos suelen tratar estas expresiones visuales como efímeras, valiosas sólo cuando se conservan en fotografías o en análisis académicos. Pero para honrar estas formas como verdadero conocimiento disruptivo, las instituciones deben ir más allá de la documentación y comprometerse activamente con las comunidades que las producen. Apoyar a los artistas locales, reconocer el arte callejero como testimonio histórico, y crear espacios donde pueda prosperar la narración visual pública son formas de romper el ciclo de borrado institucional.
Tejiendo conocimiento: Cestas, textiles y cerámica como archivos vivos
En muchas culturas, tejer es más que elaborar una artesanía: es una forma de codificar saberes y recuerdos. Los patrones, materiales y técnicas son portadores de historias, creencias espirituales y estructuras sociales. Una cesta tejida puede ser un mapa de territorios ancestrales; una tela, un linaje de generaciones; una pieza de cerámica, una narración de migración y adaptación. Sin embargo, en el paradigma de conocimiento dominante, estos objetos quedan relegados a las vitrinas de los museos y sus historias se separan de las manos que los crearon.
Para reconocer estos formatos como sistemas de conocimiento, debemos rechazar la idea de que son simples artefactos que hay que coleccionar. En su lugar, las bibliotecas y las instituciones culturales deberían apoyar las tradiciones vivas, colaborando con los artesanos, organizando talleres de tejido y alfarería, y tratando estas prácticas como actos continuos de narración y no como reliquias del pasado. Sólo entonces podrán estos formatos desbaratar el archivo colonial y reivindicar el lugar que les corresponde en el mundo del conocimiento.
El cuerpo como biblioteca: Tatuajes, escarificaciones y memoria encarnada
Para muchas culturas, el propio cuerpo es un archivo. Los tatuajes, la escarificación y otras formas de modificación corporal sirven como registros de identidad, pertenencia y resistencia. Los tatau polinesios, las marcas faciales amazónicas y los tatuajes bereberes no son simplemente decorativos: son textos históricos inscritos en la carne. Estas tradiciones desafían las nociones occidentales de documentación al integrar el conocimiento directamente en el cuerpo humano, en lugar de externalizarlo en papel o pantallas.
Sin embargo, las principales bibliotecas y archivos ignoran o incluso estigmatizan estas historias corporales y no reconocen las tradiciones intelectuales que representan. Para acoger esta forma de conocimiento, las instituciones deben pasar de la conservación a la participación, reconociendo a los artistas del tatuaje y a los profesionales del cuerpo como guardianes del conocimiento, organizando exposiciones que exploren estas tradiciones y desafiando el monopolio de legitimidad de la palabra escrita.
La tierra como sistema de conocimiento
Tal vez la alteración más radical de las estructuras de conocimiento dominantes provenga del reconocimiento de que la propia tierra es un archivo. Las epistemes indígenas, ancestrales y rurales suelen tratar los paisajes y territorios como textos vivos, donde los ríos, las montañas y los bosques guardan relatos, historias y lecciones codificadas a lo largo de generaciones. Esto pone en tela de juicio la idea de que el conocimiento es algo que debe contenerse en libros o bases de datos digitales. Por el contrario, insiste en que el conocimiento es espacial, dinámico y está profundamente ligado al mundo físico.
Las bibliotecas y los archivos, construidos sobre la lógica de la categorización y la contención, tienen muchos problemas conceptuales y metodológicos con esta idea. Pero el verdadero compromiso con el conocimiento disruptivo significa derribar muros —literal y figuradamente— para abrazar la tierra como fuente primaria de información. Descolonizar el conocimiento significa ir más allá de las estanterías y los servidores para escuchar al territorio y a quienes han leído sus historias durante siglos.
Conclusión
Si las bibliotecas y los archivos quieren descolonizarse de verdad, deben ir más allá de la mera incorporación de formatos "diversos" a sus colecciones. Las novelas gráficas y los medios digitales, aunque valiosos, ya no representan una alteración fundamental del paradigma dominante. La verdadera disrupción reside en los formatos que desafían la naturaleza misma de cómo se reconoce y valora el conocimiento: las tradiciones orales, los murales, los grafitis, los tejidos, la cerámica, los tatuajes y la propia tierra.
Estos formatos no son sólo alternativas al texto escrito, sino actos de rebeldía contra el borrado epistémico. Nos recuerdan que el conocimiento no pertenece a las instituciones, sino que es vivido, compartido y encarnado por las comunidades. Adoptar estos formatos disruptivos es rechazar la idea de que los saberes y los recuerdos deben ser contenidos, categorizados y controlados. Es reconocer que el conocimiento más poderoso no siempre se encuentra en una página, sino en las historias que contamos, las marcas que inscribimos, los paisajes que honramos y los cuerpos y palabras que habitamos en el mundo.
Acerca de la entrada
Texto: Edgardo Civallero.
Fecha de publicación: 11.03.2025.
Foto: "Africa’s living libraries, safeguarding centuries of oral tradition". En Radar Africa [Enlace].