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Decolonizando mi biblioteca (1 de 15)

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Desmantelando el Imperio del conocimiento

Decolonizando mi biblioteca (1 de 15)

[Comprendiendo el decolonialismo en las bibliotecas]

 

Introducción

¿Y si la misma institución que se supone debe democratizar el conocimiento también está manteniendo, en silencio, los sistemas de opresión?

Las bibliotecas, a menudo idealizadas como espacios neutrales, han sido durante mucho tiempo consideradas guardianas del conocimiento y la memoria. Sin embargo, la neutralidad es un mito. Las bibliotecas son inherentemente políticas: reflejan los valores, jerarquías y dinámicas de poder de las sociedades a las que sirven.

O, más precisamente, de los poderes hegemónicos en esas sociedades.

El decolonialismo ofrece un marco para enfrentar esta realidad, instándonos a desmantelar estructuras que perpetúan injusticias e inequidades históricas. La advertencia de Frantz Fanon es un recordatorio sombrío de esta necesidad: "El imperialismo, que hoy libra guerra contra una genuina lucha por la liberación humana, siembra semillas de decadencia aquí y allá que deben ser erradicadas sin piedad de nuestra tierra y de nuestras mentes" (2004, 181). Las bibliotecas, como instituciones de memoria, deben participar en esta introspección. El proceso de descolonización no solo implica abordar los contenidos físicos de las bibliotecas, sino también sus filosofías y prácticas subyacentes.

 

El legado del colonialismo en los sistemas de conocimiento

El colonialismo no solo fue un proyecto de explotación económica: fue (y, en realidad, y tristemente, lo sigue siendo) un reordenamiento profundo de cómo se creaba, valoraba, gestionaba y difundía el conocimiento y la memoria. Los imperios de Europa buscaron imponer su comprensión del mundo como universal, mientras borraban o ninguneaban otras epistemes: otras formas de conocer.

Esta aniquilación es más evidente en la marginación de las tradiciones orales indígenas — y de otros materiales relacionados con el conocimiento (cerámica, cestería, pintura corporal...). Los saberes y recuerdos transmitidos a través del canto, el ritual, los artefactos y la memoria fue considerado efímero y "no civilizado" en comparación con la palabra escrita. Las administraciones coloniales justificaron su dominio al presentar sus sistemas de pensamiento —filosofía, ciencia, literatura, arte— como superiores.

Ngũgĩ wa Thiong'o escribe sobre esto en Decolonising the Mind: "El efecto de una bomba cultural es aniquilar la creencia de un pueblo en sus nombres, en sus lenguas, en su entorno, en su herencia de lucha, en su unidad, en sus capacidades y, en última instancia, en sí mismos" (1991, 3). La bomba cultural del colonialismo es una que las bibliotecas aún luchan por desactivar, ya que sus colecciones y prácticas a menudo reflejan estas jerarquías destructivas.

Adicionalmente, objetos, manuscritos y sistemas de conocimiento fueron saqueados de las regiones colonizadas y "preservados" en bibliotecas y museos imperiales. Mientras tales instituciones suelen afirmar que estaban "rescatando" esos objetos, la realidad es que los arrancaron de sus contextos culturales originales y dejaron detrás comunidades despojadas. Sabían que, sin su propio conocimiento y memoria social —la base para la identidad e historia—, las sociedades subyugadas pueden seguir siendo mantenidas en esa condición.

 

El rol de las bibliotecas en la perpetuación de narrativas coloniales

Las bibliotecas, intencionalmente o no, se convirtieron en herramientas del imperialismo. Sus políticas de adquisición durante la era colonial (y aún hoy) seguían la misma lógica extractiva que el saqueo de recursos. Manuscritos y códices —algunos sagrados, otros profundamente vinculados a la identidad cultural— fueron robados bajo el pretexto de "protegerlos". Muchas de esas colecciones, ahora en grandes instituciones globales, siguen siendo inaccesibles para sus comunidades de origen, perpetuando ciclos de despojo.

Sistemas de catalogación como la Clasificación Decimal Dewey y la Clasificación de la Biblioteca del Congreso ejemplifican cómo persisten estos prejuicios. El sistema de Dewey, por ejemplo, prioriza el cristianismo en la sección 200, mientras que relegan otras religiones a la categoría "Otras". De manera similar, el conocimiento del Sur Global a menudo se clasifica como "regional" o "local", posicionando las perspectivas occidentales como la norma.

Linda Tuhiwai Smith, en Decolonizing Methodologies, critica este desequilibrio: "La globalización del conocimiento y la cultura occidental reafirma constantemente la visión de Occidente de sí mismo como el centro del conocimiento legítimo, el árbitro de lo que cuenta como conocimiento y la fuente del conocimiento 'civilizado'" (2008, 63). Las bibliotecas deben enfrentar activamente y desmantelar estas narrativas incrustadas.

 

Cambiar la perspectiva: Por qué a las bibliotecas les debería importar el decolonialismo

El decolonialismo en la bibliotecología no se centra en el rechazo: es, más bien, una reinvención. Nos desafía a repensar los cimientos mismos de nuestras prácticas: ¿Cómo definimos el conocimiento? ¿Quién decide qué es lo suficientemente valioso como para ser recogido y preservado? ¿Qué voces faltan en nuestras colecciones?

El concepto de "desanclaje" (delinking) de Walter Mignolo ofrece una visión para esta reinvención: "La decolonialidad en el sentido específico de desanclarse de la matriz colonial de poder" (2011, 74). Las bibliotecas deben desengancharse de sus cimientos coloniales y abrazar modelos alternativos de conocimiento. Esto implica no solo diversificar las colecciones, sino también cuestionar los sistemas que definen "diversidad" en primer lugar.

La afirmación de Audre Lorde en Sister Outsider —"Las herramientas del amo nunca desmontarán la casa del amo"— nos recuerda que los cambios superficiales son insuficientes, y que las soluciones a los problemas no hegemónicos probablemente no provendrán de los poderes hegemónicos.

Agregar algunos textos no occidentales a una colección no sirve de mucho si la estructura general sigue privilegiando las epistemologías occidentales. La verdadera transformación exige repensar profundamente cómo operan las bibliotecas.

 

Un paso hacia el cambio

Descolonizar las bibliotecas no es una solución rápida, sino un proceso continuo.

Uno que comienza con una reflexión crítica: ¿Quién posee la narrativa? Es preciso examinar las colecciones para identificar las perspectivas dominantes y preguntarnos qué voces están marginadas o ausentes.

¿Qué prejuicios moldean los sistemas de catalogación? Es necesario abogar por reformas en la clasificación que prioricen la equidad.

¿Y cómo se involucra a las comunidades? Resulta urgente ir más allá del tokenismo (la práctica de hacer un esfuerzo simbólico para incluir a grupos subrepresentados, a menudo sin realizar cambios significativos ni ofrecer oportunidades reales de participación o igualdad), colaborando de manera significativa con los grupos subrepresentados.

Como custodios de la memoria, los bibliotecarios debemos reconocer nuestro poder —y nuestra responsabilidad— para moldear el conocimiento. El decolonialismo nos desafía a imaginar las bibliotecas no como repositorios estáticos, sino como espacios dinámicos de resistencia y transformación.

El decolonialismo no se ocupa solo de lo que hay en las estanterías, sino de qué voces se escuchan, qué historias se centran y qué conocimiento se preserva para las futuras generaciones.

 

Referencias

 

Acerca de la entrada

Texto: Edgardo Civallero.

Fecha de publicación: 26.11.2024.

Foto: "Decolonizando el conocimiento y las estéticas". En Decolonizando [Enlace].