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Metadatos como revuelta (06 de 10)
Notas epistémicas
Inyectando duelo y protesta en cada registro
Este post forma parte de una serie que explora cómo los metadatos pueden convertirse en un espacio de resistencia, rechazo y subversión poética. Desde la clasificación hasta los datos enlazados, la serie investiga cómo las prácticas de catalogación pueden codificar formas de opresión, y cómo pueden ser reinventadas para desafiar los sistemas dominantes y hablar desde los márgenes. Todas las entradas de esta serie pueden consultarse en el índice de esta sección.
Cuando el registro responde
Los catálogos rara vez se lamentan. Su tono es administrativo, seco e insensible, como si la neutralidad pudiera absolver la pobre descripción de las historias que porta. Pero cada registro de archivo, cada campo de metadatos, es una especie de lápida: marca lo que se ha capturado y, por ende, lo que se ha perdido./
Describir es decidir a quién se recuerda y cómo. El campo de metadatos —ese inocuo rectángulo de texto— es donde colisionan la violencia del olvido y la política de la visibilidad. Si en publicaciones anteriores de esta serie se trataban los metadatos como estructura, vocabulario y ontología, esta los trata como voz: como un espacio donde el duelo, la disidencia y el testimonio pueden inscribirse deliberadamente.
La cuestión, entonces, no es solo cómo hacer que los metadatos sean más precisos, sino cómo hacerlos responsables.
De notas neutrales a contranotas a pie de página
Todo sistema de información produce un paratexto: notas de catalogación, declaraciones de procedencia, descargos de responsabilidad y tooltips de ayuda. Estos recursos marginales suelen considerarse secundarios: espacios para aclaraciones técnicas, no para discursos políticos. Sin embargo, pueden ser los únicos espacios donde el catálogo puede responderse a sí mismo.
Una nota epistémica al pie es una anotación que rechaza el silencio. Es un elemento de metadatos que lamenta lo que el sistema borra, señala la asimetría del conocimiento o nombra la violencia implícita en la descripción. Puede adoptar la forma de un cuadro emergente que advierte: "Este término reproduce terminología colonial". O la de un código QR que enlaza con una declaración comunitaria sobre la soberanía de los datos. O la de una entrada paralela de vocabulario controlado que contradice la principal.
No se trata de florituras estéticas. Son pequeños gestos insurgentes que transforman el paratexto en una ética de la presencia y hacen visible lo que las instituciones prefieren ocultar.
Pedagogías del margen
En la historiografía poscolonial y feminista, la nota al pie ha sido, durante mucho tiempo, un espacio de rebelión. Muchos autores (por ejemplo, Gayatri Spivak) utilizaron notas al margen para exponer lo que la historia dejó sin decir. En los metadatos, un gesto similar es posible.
El catálogo, al igual que el archivo, construye autoridad excluyendo el contexto. Una descripción emergente que señale una autoría cuestionada, un disclaimer que reconozca determinados límites epistémicos, o un enlace que lleve a las narrativas de cierta comunidad, pueden funcionar como rupturas pedagógicas. Podrían enseñar a los usuarios a leer un registro críticamente, a cuestionar sus categorías, y a reconocer que cada campo de metadatos tiene sus propios y particulares fantasmas.
La nota epistémica al pie se convierte, así, en un recurso didáctico, no en una forma de reparación. No pretende "arreglar" el sistema, sino hacer legibles sus fracturas.
Herramientas para el catalogador desobediente
La desobediencia en el trabajo con metadatos no comienza con la destrucción, sino con la anotación. La tarea del catalogador, hasta hace un tiempo reducida a una obediencia silenciosa, se convierte en un acto de interferencia semiótica: una reescritura silenciosa del registro desde su propia sintaxis. Entre las muchas tácticas disponibles, algunas pueden resultar particularmente fértiles para la práctica insurgente.
Una es el uso del código QR, ese pequeño cuadrado de visión artificial. Creado como símbolo de rapidez y eficiencia, puede convertirse en un portal para muchas contranarrativas: una etiqueta que no conduce a la autoridad, sino a la contradicción, a una declaración comunitaria, a una negativa, o a un testimonio que desestabiliza la versión institucional de la verdad.
Luego están los disclaimers: esas humildes notas y comentarios de campo generalmente relegados al área de descripción técnica. Cuando se utilizan estratégicamente, se convierten en instrumentos de divulgación. Un campo dc:description puede albergar un reconocimiento explícito del daño causado: "Término retenido por razones históricas, cuestionado por catalogadores locales/nativos". Al hacerlo, el registro admite su propia complicidad, y transforma la conformidad en crítica.
Una forma más estructural de resistencia podría surgir a través de vocabularios paralelos: taxonomías gemelas que permiten que los términos institucionales y comunitarios coexistan sin anularse mutuamente. Cuando un registro presenta tanto la etiqueta oficial como su contraparte vernácula, se niega a conformarse con una única ontología. La fricción entre ellas se vuelve productiva: un destello epistémico que mantiene el catálogo vivo e indeciso.
Finalmente, las pedagogías de las tooltips explotan la superficie misma de la interfaz digital. Al pasar el cursor sobre ella, una palabra puede susurrar su propia crítica: "Esta categoría impone una clasificación binaria de género", por ejemplo. Estas sutiles apariciones, mitad visibles, mitad ocultas, interrumpen la suave neutralidad de la pantalla. Enseñan a los usuarios a leer los metadatos como discurso, no como hechos.
Estos gestos conforman un repertorio de sabotaje ético. Ninguno requiere nuevos estándares ni infraestructuras complejas. Cada uno funciona a través de estructuras ya existentes en el sistema —mediante sus márgenes, comentarios y ventanas emergentes—, lo que demuestra que incluso dentro de arquitecturas rígidas, la mano del catalogador aún puede desafiar.
El duelo en los metadatos
Incluir el duelo y el lamento en los metadatos no significa sentimentalizar el archivo, sino admitir que todo acto de descripción conlleva una pérdida. Cuando un objeto etnográfico se cataloga sin su historia, cuando un nombre indígena se reemplaza por un binomio latino o cuando una grabación sonora se etiqueta como "sin contenido lingüístico", algo ha muerto en los datos.
Una nota epistémica al pie puede señalar esa pérdida. Puede apuntar: "La comunidad de la que se tomó este objeto no ha autorizado su circulación". O "El nombre de la lengua aquí reseñada es un exónimo colonial; el nombre original no se registró". Al hacerlo, reconoce la ausencia sin llenarla, y transforma el silencio en una huella ética.
Esto es duelo como praxis en los metadatos: el acto de mantener la herida visible, legible y sin cicatrizar.
De los metadatos a la metanoia
El prefijo "meta-" siempre ha prometido trascendencia, ir más allá. Sin embargo, también significa "después": el momento que sigue, el ajuste de cuentas que surge cuando un sistema confronta lo que ha hecho. La metanoia no es simplemente un cambio de mentalidad: es una transformación de nuestra forma de pensar y sentir. Trabajar hacia la metanoia en los metadatos implica reconocer que cada línea de descripción conlleva una historia de extracción y que, en este contexto, un "cambio de actitud" puede significar reorientar el aparato del conocimiento hacia la responsabilidad.
Inyectar duelo y protesta en los metadatos no es, por lo tanto, un acto de rebelión estética. No se trata de adornar la base de datos con gestos de conciencia. Se trata de reorientar la arquitectura moral de la descripción: hacer que el catálogo sea capaz de sentir, no emocionalmente, sino éticamente. Cuando un registro incluye un enlace a una protesta, cuando una ventana emergente confiesa la violencia de una categoría, cuando un campo de notas habla con la voz de aquellos a quienes una vez silenció, el sistema deja de fingir ser infraestructura. Se convierte en testimonio.
En ese instante, los metadatos se convierten: pasan de ser una interfaz técnica a ser un espacio común en el que las instituciones reconocen sus propias deudas epistémicas. Cada anotación se convierte en una confesión; cada referencia cruzada, en un pequeño acto de restitución. El cambio no es estructural —el esquema permanece—, sino ontológico: lo que una vez fue una cuadrícula neutral comienza a temblar bajo el peso de su historia.
Las notas al pie epistémicas, en este sentido, no desmantelan el archivo. Le susurran, y al hacerlo alteran su pulso. Hacen que la descripción sea porosa al mundo que describe, permitiendo que el dolor, la contradicción y la responsabilidad coexistan dentro de la misma sintaxis. Incluso la anotación más pequeña puede convertirse en una bisagra entre el silencio y la palabra: el punto donde la información comienza, finalmente, a sentir.
Una ética de la anotación
El futuro de los metadatos no se escribirá con nuevos estándares, sino con nuevas sensibilidades. El problema nunca ha sido la falta de precisión, sino la ausencia de conciencia. La cuestión no es cómo describir mejor, sino cómo describir de otra manera: cómo hacer del acto de anotación un gesto de cuidado en lugar de obediencia.
Anotar es hacer una pausa: interrumpir la transmisión de información con una marca que dice "algo aquí requiere atención". Esa pausa es moral. Desacelera el flujo de los datos y restaura la lentitud del testimonio. El catalogador desobediente no escribe para perfeccionar el registro, sino para acompañarlo: para sostener sus fracturas con ternura y mantenerlas visibles.
Una ética de la anotación comienza en la humildad. Acepta que la descripción siempre es incompleta, que ningún esquema puede contener la complejidad viva de lo que intenta nombrar. Valora la transparencia por encima de la certeza y la relación por encima del cierre. Se guía menos por la autoridad que por la escucha: escucha a las comunidades, a las ausencias, y a la silenciosa resistencia de lo indecible.
En ese cuidado, cada nota al pie se convierte en una forma de resistencia: un espacio donde la memoria se niega a ser borrada, donde el silencio adquiere sintaxis y donde el registro, por fin, comienza a recordarse a sí mismo. Cuando los metadatos aprenden a lamentar, a confesar y a cuidar, el archivo deja de ser un instrumento de poder y se convierte en lo que siempre estuvo destinado a ser: un frágil y luminoso intento de justicia.