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Decolonizando mi biblioteca (15 de 15)
Una línea en los estantes
La transición a una praxis revolucionaria de la colección
Este post forma parte de una serie que revisa el descolonialismo en bibliotecas, archivos y otros espacios similares, desde la perspectiva del Sur Global y los márgenes, y cómo el colonialismo afecta a las colecciones, el personal, los servicios, las actividades, las políticas y los resultados. Todas las entradas de esta serie pueden consultarse en el índice de esta sección.
El fin de la estantería
Ha llegado el momento de reevaluar los supuestos fundamentales que sustentan el desarrollo de las colecciones bibliotecarias.
Durante mucho tiempo, esa práctica se entendió como una tarea neutral y benévola: seleccionar materiales, conservarlos y ponerlos a disposición del público como un bien compartido. Sin embargo, cuando se la somete a un escrutinio crítico, queda claro que el desarrollo de las colecciones no es —y nunca ha sido— neutral. Está determinado por asimetrías históricas de poder, por imperativos institucionales, y por la lógica clasificatoria de la tradición epistemológica occidental.
Las intervenciones reformistas han intentado suavizar estas estructuras mediante iniciativas de inclusión y auditorías de representación. Sin embargo, estos esfuerzos, aunque bienintencionados, suelen dejar intacta la arquitectura central de la exclusión. Diversifican a los habitantes de la estantería, pero rara vez cuestionan la lógica de dicha estantería. Se necesita una transformación más profunda. No cosmética, sino estructural. No aditiva, sino interrogativa. Esta transformación empieza por decir lo que el sector se ha negado históricamente a nombrar: que el desarrollo de las colecciones, tal y como se ha practicado tradicionalmente, no es un sistema de cuidado, sino de control epistémico.
Extracción con otro nombre
Dentro del vocabulario bibliotecológico, "preservación" equivale prácticamente a un imperativo moral. Sin embargo, ese concepto ha estado históricamente vinculado al control colonialista. Cuando la preservación se vuelve indistinguible de la posesión —cuando los materiales se recogen sin contexto, consentimiento o devolución— el acto deja de ser protector para convertirse en extractivo.
Este extractivismo no es solo un hecho histórico. Continúa hoy en las prácticas de adquisición contemporáneas, sobre todo cuando los materiales procedentes de comunidades indígenas, marginalizadas o desplazadas se incorporan a los fondos institucionales sin una rendición de cuentas relacional. Incluso cuando se presentan como "inclusivas" o "diversas", estas adquisiciones suelen funcionar como gestos simbólicos: gestos que refuerzan la legitimidad institucional y que no abordan las diferencias de poder implícitas en el proceso. Archivar el conocimiento oral indígena utilizando marcos que borran sus dimensiones performativas y comunitarias no es "preservación": es "transformación en algo legible para la institución", a menudo a costa de su integridad epistémica.
Ética relacional más allá de las tácticas de representación
Reimaginar el desarrollo de las colecciones como una práctica decolonial exige pasar de la política representacional a la ética relacional. El objetivo no puede ser la mera diversificación de las colecciones. Por el contrario, debe implicar un replanteamiento fundamental de lo que significa albergar, describir y dar acceso al conocimiento. Este cambio exige que las bibliotecas comiencen su trabajo no con la cuestión de qué debe adquirirse, sino con preguntas más difíciles: ¿Con qué condiciones? ¿Con qué derecho? ¿Y al servicio de quién?
La ética relacional exige una profunda responsabilidad ante las comunidades cuyos conocimientos poseen —o buscan— las bibliotecas. Esta responsabilidad no es de procedimiento. No se cumple mediante formularios de consentimiento o comités consultivos. Es epistemológica y permanente. Implica ceder el control sobre las prácticas descriptivas, los protocolos de acceso, e incluso las decisiones sobre si determinados materiales deben o no albergarse en la biblioteca. También exige el reconocimiento de los límites de la autoridad institucional y la voluntad de respetar la no circulación, la no divulgación, o la repatriación como resultados legítimos.
Desmontando la infraestructura de la legibilidad
Una de las suposiciones más generalizadas, aunque menos examinadas, en el trabajo bibliotecario es que el acceso es intrínsecamente bueno. La promesa del acceso se basa en la creencia de que el conocimiento adquiere valor a través de su disponibilidad. Sin embargo, esta creencia se basa en una epistemología muy particular, que privilegia la legibilidad, la circulación y la recuperación individual por encima de formas de compromiso situadas, relacionales y, en ocasiones, sagradas.
Los sistemas de catalogación y clasificación imponen la legibilidad haciendo que el conocimiento sea inteligible según las normas institucionales. Al hacerlo, a menudo aplastan, distorsionan o borran los elementos del conocimiento que se niegan a conformarse. Las prácticas innovadoras de creación de colecciones deben cuestionar la propia infraestructura de la visibilidad. ¿Qué formas de conocimiento quedan invisibilizadas por las lógicas de catalogación? ¿Qué significados se pierden cuando el ritual, la estacionalidad o la transmisión oral se ven forzados a incluirse en encabezamientos de materia estáticos? Y, sobre todo, ¿cómo pueden las bibliotecas desarrollar prácticas que respeten la opacidad, y que permitan la protección —en lugar de la exposición— de los conocimientos vulnerables?
Poner nombre a la complicidad y reformular la administración
La bibliotecología se ha basado desde siempre en el discurso administrativo. Sobre todo en la idea de que las bibliotecas preservan, protegen y ponen a disposición el conocimiento al servicio de la continuidad cultural y el acceso democrático. Si bien esta narrativa tiene algo de cierto, también oculta hasta qué punto las bibliotecas han operado dentro —y a menudo han mantenido— las estructuras de la producción colonial de conocimiento. Lo que se conserva, lo que se describe y lo que se pone a disposición se ha alineado históricamente con los sistemas dominantes de valor, clasificación y legitimidad. El conocimiento que quedaba fuera de esos sistemas era a menudo ignorado, tergiversado o traducido a la fuerza.
Para avanzar, los bibliotecarios debemos estar dispuestos a reconocer esta complicidad. Hacerlo no es un acto de autorrecriminación, sino un paso necesario hacia la transformación. Al enfrentarnos a los sistemas que hemos heredado y sostenido, creamos espacio para las alternativas. Empezamos a entender que la gestión no puede definirse únicamente por la conservación y el acceso, sino que también debe incluir la reparación relacional, la humildad epistémica y el reconocimiento de los daños pasados y presentes.
De la inclusión al rechazo estructural
La bibliotecología crítica reconoce cada vez más que la inclusión, aunque necesaria, no es suficiente. Los esfuerzos de inclusión que operan dentro de las lógicas existentes de colección y clasificación corren el riesgo de reforzar los mismos sistemas que pretenden cuestionar. La verdadera transformación requiere un rechazo estructural: un rechazo a continuar como hasta ahora, un rechazo a clasificar lo que se resiste a la clasificación, y un rechazo a adquirir lo que no se puede mantener de forma responsable.
No se trata de abogar por el caos o el abandono del rigor profesional. Se trata más bien de una llamada a reorientar el rigor hacia un conjunto diferente de principios: los arraigados en la responsabilidad relacional, la especificidad cultural y la justicia epistémica. Es una llamada a reconocer que no todo el conocimiento debe archivarse, que no toda la memoria está destinada al acceso público y que, a veces, el acto más ético que puede realizar una biblioteca es dar un paso atrás.
El umbral de la praxis
Lo que tenemos por delante no es una mejora técnica ni un perfeccionamiento de las herramientas existentes. No se trata de un nuevo flujo de trabajo ni de una mejor taxonomía. Lo que tenemos por delante es la oportunidad —y la obligación— de volver a imaginar el desarrollo de las colecciones como una forma de praxis cultural. Una praxis que no busca mejorar el archivo, sino liberarlo de los supuestos que lo han regido durante mucho tiempo.
La transición hacia un trabajo de recopilación revolucionario y responsable desde el punto de vista cultural comienza con un ajuste de cuentas: con lo que conservamos, con cómo lo conservamos, y con si debemos conservarlo o no. Continúa con el desarrollo de nuevos métodos, basados en el rechazo, la reciprocidad y la relación. Y culmina no en un modelo universal, sino en una pluralidad de prácticas, cada una de las cuales responde a un lugar, una gente y un propósito determinados.
Este no es el final del desarrollo de colecciones. Es el comienzo de algo totalmente distinto.