Decolonizando mi biblioteca (13 de 15)

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Decolonizando mi biblioteca (13 de 15)

Ni neutrales ni seguras

Qué hacen realmente las colecciones diversas en una biblioteca

 

Este post forma parte de una serie que revisa el descolonialismo en bibliotecas, archivos y otros espacios similares, desde la perspectiva del Sur Global y los márgenes, y cómo el colonialismo afecta a las colecciones, el personal, los servicios, las actividades, las políticas y los resultados. Todas las entradas de esta serie pueden consultarse en el índice de esta sección.

 

El mito de la neutralidad y las políticas de colecciones

Las bibliotecas suelen ser vistas como espacios neutrales, tranquilos, ordenados, y universales en su acceso al conocimiento. Pero la neutralidad en las bibliotecas siempre ha sido un mito: uno que, convenientemente, oculta la naturaleza ideológica de cada decisión que se toma sobre qué coleccionar, preservar y poner en circulación. La colección de una biblioteca no es sólo un reflejo de su presupuesto o de su base de usuarios: es un mapa cultural de qué voces se consideran dignas de ser registradas y de cuáles no.

Esta conservación de la memoria no es pasiva: es una forma de poder.

Cuando una biblioteca decide incluir materiales que reflejan una gama amplia de experiencias, especialmente las de comunidades históricamente marginalizadas, no está limitándose a ofrecer simples "perspectivas". Está desafiando jerarquías de conocimiento heredadas. Una colección diversa desestabiliza las suposiciones sobre las narrativas centrales de unos y las periféricas de otros. Y al hacerlo, provoca fricción, no sólo entre los usuarios, sino dentro de la propia institución.

Esa colección no es un añadido decorativo en una estantería. Es una intervención en el paisaje epistémico.

 

De la representación a la disrupción

Existe una tendencia, común en el discurso institucional, a tratar las colecciones diversas como gestos de inclusión, actos simbólicos de visibilidad o momentos de controversia pública. Pero la representación, cuando se reduce a una actuación simbólica, tiene un impacto poco duradero. Unos pocos títulos de alto perfil exhibidos al público no constituyen un compromiso sistémico con la equidad. La verdadera transformación comienza cuando la diversidad de las colecciones se entiende no como algo cosmético, sino como un desplazamiento de los límites de lo que se considera conocimiento legítimo.

Las colecciones diversas que importan no se limitan a reflejar las identidades existentes, sino que introducen nuevas tensiones. Hacen que historias desconocidas dialoguen con los relatos dominantes y obligan a plantearse preguntas incómodas. ¿Qué ocurre cuando la ciencia indígena cuestiona los modelos ecológicos occidentales? ¿Cuando los textos abolicionistas de las prisiones se ubican al lado de los manuales de las fuerzas del orden? ¿Cuando las historias anticoloniales ocupan el mismo estante que los libros de texto sancionados por el Estado?

Estos momentos de coexistencia no son armoniosos: son rupturas productivas. Y son esenciales para cualquier biblioteca que pretenda servir a un público diverso en igualdad de condiciones.

 

La biblioteca como infraestructura para los movimientos sociales

Los movimientos sociales no suelen basarse solamente en acciones de protesta ni suelen ocuparse solamente de su organización interna: también trabajan en la conservación y transmisión de su memoria. En este sentido, las bibliotecas desempeñan un papel crucial, aunque a menudo invisible. Cuando sus colecciones incluyen los fundamentos intelectuales y documentales de los movimientos de resistencia de sus comunidades, actúan como depósitos de conocimiento táctico, historia colectiva e imaginación política. Y, a diferencia de las redes sociales o los programas de noticias, pueden conservar estos conocimientos a largo plazo.

Esta función resulta especialmente vital cuando las comunidades implicadas son sistemáticamente borradas de los archivos dominantes. Los colectivos feministas, los consejos indígenas, las organizaciones de inmigrantes y las redes abolicionistas suelen producir materiales —panfletos, boletines, testimonios orales, libros autoeditados— que no tienen cabida en los canales editoriales convencionales. Cuando las bibliotecas deciden recopilar y conservar estos materiales, no solo están apoyando el acceso: están participando en la supervivencia de una memoria que de otro modo desaparecería. Y cuando esas colecciones se activan —se leen, se enseñan, se citan, se comparten— prolongan la vida y el alcance de los propios movimientos.

 

Barreras estructurales: descubrimiento, acceso y silenciamiento

La recopilación de materiales diversos es sólo el principio. La forma de describirlos, catalogarlos y hacerlos accesibles es igual de importante y, a menudo, igual de política. Si un libro sobre el pensamiento radical negro está enterrado bajo encabezamientos eufemísticos, o si una historia oral en una lengua minorizada no tiene metadatos que la hagan localizable, entonces la colección fracasa. La visibilidad sin acceso es un gesto vacío.

Las bibliotecas han heredado una infraestructura de metadatos construida en gran medida sobre supuestos eurocéntricos, masculinos y anglófonos. Para corregir esta situación no basta con modificar las palabras clave. Se requiere de un profundo compromiso con los sistemas de conocimiento de la comunidad y la voluntad de reimaginar la propia clasificación. Sin ello, las adquisiciones más progresistas seguirán siendo invisibles. Y cuando los usuarios marginalizados no se encuentran en el catálogo —o cuando se ven mal representados— reciben un mensaje claro: este espacio no es para ustedes.

 

Medir el impacto más allá de las cifras

La evaluación del impacto de las colecciones diversas no puede basarse únicamente en las métricas de uso. Los datos de circulación, asistencia a eventos o clics en la base de datos sólo proporcionan una visión parcial, y a menudo engañosa. Algunos de los encuentros más intensos con una colección no dejan rastro estadístico. Un adolescente que encuentra una novela gráfica queer que cambia su sentido de la identidad. Un profesor que integra un texto antirracista en el aula. Un trabajador emigrante que lee un panfleto en su propia lengua por primera vez en años. Estos momentos importan, aunque no sean cuantificables.

Los métodos cualitativos —retroalimentación de la comunidad, grupos de discusión, testimonios orales— ofrecen una visión mucho más rica de cómo resuenan las colecciones. También lo hacen los vínculos con organizaciones de base, que pueden ayudar a las bibliotecas a comprender lo que falta o lo que está mal representado. En estos casos, la biblioteca se convierte no sólo en distribuidora de recursos, sino en cocreadora de significados con su comunidad. Este tipo de responsabilidad relacional no puede medirse sólo con cifras. Hay que escucharla.

 

Hacia una biblioteca que toma partido

Crear una colección verdaderamente diversa no es buscar el equilibrio, sino tomar partido. No contra las personas, sino contra los sistemas de supresión. Esto no significa convertir la biblioteca en una campaña política. Significa reconocer que el acto de recopilar, describir y compartir conocimientos siempre ha sido político, nos guste o no. Las bibliotecas que pretenden lo contrario no son neutrales, sino cómplices en el mantenimiento de las estructuras dominantes.

Una biblioteca que toma partido lo hace alineándose con las comunidades cuyas voces han sido históricamente excluidas. Centra sus conocimientos no como suplementarios, sino como fundacionales. No espera a que se produzca una tendencia editorial o una iniciativa de financiación, sino que actúa. Y cuando esas acciones provocan incomodidad, no se repliega en tópicos sobre "ambas partes". Se mantiene firme.

Porque la cuestión no es si las colecciones diversas provocan un cambio social. La cuestión es si creamos colecciones lo suficientemente audaces como para intentarlo.

 

Acerca de la entrada

Texto: Edgardo Civallero.
Fecha de publicación: 20.05.2025.
Foto: ChatGPT.