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La taxonomía de la ausencia (04)
Catalogando el arrecife
Lo que las bibliotecas pueden aprender de la gobernanza del coral
Este post forma parte de una serie que revisa el descolonialismo en bibliotecas, archivos y otros espacios similares, desde la perspectiva del Sur Global y los márgenes, y cómo el colonialismo afecta a las colecciones, el personal, los servicios, las actividades, las políticas y los resultados. Todas las entradas de esta serie pueden consultarse en el índice de esta sección.
Memoria sin metadatos
En muchas partes del mundo, los arrecifes de coral se leen como bibliotecas: ese coral pertenecía a aquel antepasado, aquella laguna guarda la memoria de un ritual, y aquel otro arrecife no se toca hasta que la luna señala el momento oportuno. No hay catálogo, ni código de barras, ni esquema de metadatos. Sin embargo, todos los miembros de las comunidades humanas que han interactuado con los arrecifes saben exactamente cómo leer ese mundo sumergido. El mar, en ese contexto, no es un objeto que observar o un recurso que extraer: es un sistema de memoria vivo, construido y sostenido a través de la relación.
¿Y si la bibliotecología se hubiera construido sobre ese tipo de lógica? ¿Qué significaría entender el conocimiento no como información fija almacenada en contenedores institucionales, sino como algo relacional, cíclico, mantenido colectivamente a través del ritual, la transmisión oral y la intuición ecológica?
La rítmica gobernanza del mar
Las bibliotecas, tal y como las conocemos, no son espacios neutrales. Son infraestructuras de autoridad epistémica, moldeadas por las convenciones de la cultura impresa, los legados coloniales y los privilegios de los alfabetizados. La mayoría de nosotros hemos sido formados para valorar lo que está escrito, confiar en lo que está fijado y preservar lo que se ajusta a criterios predeterminados. Pero la gobernanza de los arrecifes —como muchos sistemas de conocimiento tradicionales y locales— funciona según una lógica diferente. No se basa en la permanencia o la universalidad, sino en el ritmo, la comunidad y la capacidad de respuesta ecológica.
En el Pacífico, el Caribe y el Triángulo de Coral, sistemas como la sasi (en Maluku), el ra'ui (en las Islas Cook) y las prácticas ceremoniales afrocaribeñas han regido la conservación marina durante generaciones. No se trata de costumbres informales o tradiciones románticas, sino de metodologías estructuradas basadas en la observación colectiva y en conocimientos ecológicos testeados a lo largo del tiempo. Regulan cuándo y dónde pescar, qué especies evitar durante la reproducción y cómo relacionarse con los territorios marinos como entidades vivas y no como zonas extractivas. Y lo que es más importante, esos sistemas no se aplican mediante sanciones estatales o derechos de propiedad, sino a través del consenso social, la autoridad ritual y la responsabilidad ancestral. El conocimiento no se transmite a través de revistas o bases de datos, sino mediante cantos, ceremonias y la administración intergeneracional.
La clasificación como borrado
Este modo de gobernanza difiere radicalmente de los supuestos epistemológicos que sustentan la bibliotecología moderna. Mientras que las bibliotecas tienden a tratar el conocimiento como algo discreto, que se puede poseer y extraer, la gobernanza de los arrecifes lo trata como algo integrado, contextual y emergente. El "archivo" del mar no es una colección estática de documentos sino un sistema rítmico en el que la memoria se desarrolla en el tiempo: en estaciones, en ciclos, en cierres y reaperturas rituales. El acceso no viene determinado por credenciales o infraestructuras, sino por la posición de la comunidad, la disposición ética y las señales ecológicas.
Este contraste pone de relieve un problema fundamental de la forma en que se han construido las bibliotecas y los archivos: se basan en sistemas de clasificación (la Clasificación Decimal Dewey, los encabezamientos de materia de la Biblioteca del Congreso o los registros MARC) que reducen la complejidad del conocimiento a taxonomías jerárquicas producidas desde posiciones eurocéntricas del mundo. Estos sistemas aplanan el significado, borran la especificidad cultural y reubican ontologías plurales en términos de legibilidad, en lugar de respeto.
Así como la ciencia marina colonial reclasificó las especies de los arrecifes y borró los nombres locales en el proceso, nuestras infraestructuras de metadatos renombran y tergiversan sistemas enteros de conocimiento. Los usos locales de las plantas, las cosmologías orales y las prácticas de memoria comunitaria a menudo se clasifican erróneamente o se excluyen por completo porque no se ajustan a las nociones occidentales de autoría, documentación o evidencia.
Violencia epistémica en los archivos
No se trata sólo de una cuestión semántica. Es una de violencia epistémica. Cuando las bibliotecas adoptan sistemas de clasificación universalistas, no se limitan a organizar la información, sino que participan en la eliminación de otras formas de saber. El resultado es un archivo que preserva ciertas voces al tiempo que silencia otras estructuralmente. Se convierte, como muchos registros científicos marinos, en un sistema de memoria construido sobre el olvido.
Entonces, ¿cómo sería construir bibliotecas que funcionen más como arrecifes de coral, no como metáfora, sino como método? Los arrecifes no son colecciones en el sentido convencional. Son ecosistemas interdependientes, donde cada elemento está conectado con los demás y donde la salud del conjunto depende del equilibrio relacional. En un arrecife, el conocimiento no se almacena: se regenera. Se materializa en los patrones migratorios, en el regreso estacional de los peces, en el desove del coral sincronizado con los ciclos lunares. Se vive, no se archiva.
Bibliotecas que se adaptan como arrecifes
Trasladar esto a la bibliotecología significa replantearse todo: desde la adquisición hasta el acceso. ¿Y si las colecciones no estuvieran determinadas por la cantidad o el prestigio, sino por la ética relacional — lo que la comunidad necesita, lo que el ecosistema permite, lo que el contexto exige? ¿Y si las políticas de acceso no se rigieran por la neutralidad, sino por la responsabilidad — quién tiene derecho a acceder a ese conocimiento y en qué condiciones? ¿Y si los sistemas de metadatos se diseñaran para reflejar múltiples ontologías, permitiendo la denominación por capas, el contexto narrativo y las asociaciones cíclicas, en lugar de etiquetas fijas?
También significa aceptar que no todo el conocimiento puede —o debe— digitalizarse o almacenarse. Del mismo modo que no se puede extraer un pólipo de coral y esperar que regenere un arrecife, tampoco se puede aislar un canto, el nombre de una planta o un protocolo ritual y esperar que tenga todo su significado fuera de su entorno relacional. Algunos sistemas de conocimiento requieren presencia, participación y reciprocidad. Requieren confianza, no sólo citas.
Los recuerdos del arrecife
El punto es que el arrecife recuerda. Recuerda los periodos de silencio en los que nadie pescaba. Recuerda los nombres que le daban antes del renombramiento colonial. Recuerda las ceremonias que regían sus ritmos y la gente que respetaba su lógica. Y también recuerda las perturbaciones: los arrastreros, los turistas, los recolectores de datos, las leyes de zonificación que nunca consultaron a quienes mejor conocían el mar.
Como bibliotecarios, podemos elegir. Podemos seguir construyendo sistemas de memoria que reflejen la lógica de la extracción y el control. O podemos empezar a diseñar infraestructuras de cuidado, reciprocidad y ritmo.
Y podemos reconocer que el conocimiento no es sólo una mercancía que hay que preservar, sino un sistema vivo que hay que alimentar.