Decolonizando mi biblioteca (12 de 15)

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Decolonizando mi biblioteca (12 de 15)

Las bibliotecas como guardianas de las comunidades despojadas

Custodia ética del patrimonio cultural

 

Este post forma parte de una serie que revisa el descolonialismo en bibliotecas, archivos y otros espacios similares, desde la perspectiva del Sur Global y los márgenes, y cómo el colonialismo afecta a las colecciones, el personal, los servicios, las actividades, las políticas y los resultados. Todas las entradas de esta serie pueden consultarse en el índice de esta sección.

 

Introducción

El patrimonio cultural está bajo asedio, no sólo por el colonialismo y la globalización, sino también por los rápidos e incontrolados avances de la tecnología y la mercantilización de la historia. Como custodias del conocimiento y la memoria, las bibliotecas se enfrentan a una presión cada vez mayor para preservar artefactos culturales, tradiciones e historias bajo constante amenaza de desaparición. En este contexto, la custodia ética del patrimonio cultural se convierte no sólo en una responsabilidad profesional, sino en una profunda misión moral para las bibliotecas.

En el centro de esa custodia se encuentra la comprensión de que el patrimonio cultural no es un artefacto estático, a almacenarse para un consumo futuro, sino una representación viva y palpitante de las identidades, los valores y las luchas de diferentes colectivos. Las bibliotecas, como instituciones que recolectan, preservan y comparten conocimientos, ocupan una posición privilegiada para actuar como guardianas de esos tesoros, especialmente para las comunidades marginalizadas y despojadas. En este texto exploro los imperativos éticos de las bibliotecas a la hora de custodiar el patrimonio cultural, centrándose en la protección de las historias de los oprimidos y en el rol bibliotecario de garantizar que tales narrativas no sean olvidadas o silenciadas.

 

La responsabilidad ética de la conservación

La custodia ética del patrimonio cultural implica el compromiso de preservar los materiales de forma respetuosa para con las comunidades de los que proceden. Este proceso de gestión debe ir más allá de la mera conservación física y extenderse a la preservación del significado cultural, el contexto histórico y la integridad del propio conocimiento. Las bibliotecas deben velar no sólo por salvaguardar los objetos tangibles, sino también por considerar los aspectos intangibles del patrimonio (tradiciones orales, rituales, creencias...), los cuales suelen ser difíciles de preservar por medios archivísticos convencionales.

Al conservar patrimonio cultural, las bibliotecas deben enfrentarse a complejas consideraciones éticas, especialmente cuando se trata de elementos pertenecientes a comunidades marginalizadas. La apropiación de conocimientos indígenas o la recopilación de materiales culturalmente sensibles, por ejemplo, plantean cuestiones sobre la propiedad, el acceso y las posibilidades de abuso. En algunos casos, los elementos pueden haber sido sustraídos a esas comunidades sin su consentimiento o bajo coacción, y su permanencia en las colecciones institucionales puede perpetuar la injusticia histórica de su obtención.

Para custodiar éticamente el patrimonio cultural, las bibliotecas deben dar prioridad a los derechos de los grupos a los que pertenecen los materiales. Eso incluye trabajar con esa gente para garantizar su participación en las decisiones sobre el cuidado, el acceso y el uso de sus bienes culturales. En algunos casos, eso puede significar devolver los materiales a sus legítimos propietarios, o proporcionar a las comunidades los medios para controlar cómo se comparte su patrimonio.

 

Las bibliotecas como guardianas de las comunidades despojadas

Para las comunidades que han sufrido despojo —ya sea por colonización, guerra, migración forzosa o desplazamiento económico— las bibliotecas son algo más que simples guardianas pasivas del patrimonio. Son agentes activos a quienes se confía la responsabilidad de proteger y amplificar las voces de las sociedades despojadas. Ese papel conlleva un profundo compromiso con la justicia social y la responsabilidad de cuestionar las estructuras perjudiciales.

Las bibliotecas suelen ser las únicas instituciones con los recursos y la infraestructura necesarios para salvaguardar los objetos históricos y culturales de los grupos desplazados o marginalizados. En zonas de conflicto, por ejemplo, las bibliotecas han desempeñado un papel fundamental en la conservación de manuscritos, fotografías y grabaciones que documentan las experiencias de los refugiados. Del mismo modo, en contextos poscoloniales, las bibliotecas pueden servir como depósitos de sistemas de conocimiento indígenas, garantizando que esas tradiciones no se pierdan.

Sin embargo, ese rol de guardianas de las comunidades despojadas también implica enfrentarse a difíciles cuestiones éticas sobre la recopilación y los posibles perjuicios de la labor archivística. Recopilar materiales de comunidades marginalizadas suele meter a la biblioteca directamente en temas de poder: ¿quién decide lo que se recopila, quién tiene acceso a esos materiales, y qué ocurre cuando esos elementos se sacan de su contexto? Las bibliotecas deben prestar atención a las dinámicas de poder inherentes a su trabajo y tomar medidas para garantizar que sus prácticas no perpetúen más daños o explotación.

 

Gestión comunitaria

Una parte fundamental de la custodia ética es el reconocimiento de que las propias comunidades son las más cualificadas para decidir qué aspectos de su patrimonio cultural deben preservarse y cómo debe compartirse. Las bibliotecas pueden apoyar los esfuerzos de gestión colectiva proporcionando recursos, formación e infraestructura que ayuden a las personas interesadas a documentar y proteger su patrimonio.

La gestión comunitaria implica capacitar a los grupos locales para que tomen la iniciativa en la preservación de sus propias historias. En comunidades indígenas, por ejemplo, las bibliotecas pueden colaborar con los ancianos y los guardianes del conocimiento de los distintos lugares para garantizar que las narrativas orales se recogen y preservan de forma culturalmente apropiada. En campamentos de refugiados, las bibliotecas pueden trabajar con las personas desplazadas para preservar sus historias y memorias a través de registros escritos, digitales o audiovisuales. Al dar prioridad a las voces y las experiencias de la propia gente, las bibliotecas pueden garantizar que los esfuerzos de preservación sean significativos y respetuosos con las personas a las que pretenden servir.

Un ejemplo de este enfoque es la creación de archivos comunitarios en los que se invita a individuos y colectivos a aportar documentos a la colección documental. Esos archivos pueden centrarse en historia local, tradiciones orales o movimientos sociales, y los materiales suelen conservarse en la lengua y el contexto propios del lugar. Los archivos son especialmente valiosos porque reflejan las experiencias vividas por gente que, de otro modo, no tendría acceso a recursos archivísticos convencionales.

 

Proteger el patrimonio en la era digital

La era digital ha traído consigo oportunidades y retos para la gestión del patrimonio cultural. Por un lado, la digitalización de materiales permite superar distancias a la hora de compartir conocimientos, así como garantizar la conservación de objetos frágiles o deteriorados. Por otro lado, ese proceso plantea problemas de accesibilidad, privacidad y posible explotación. La digitalización permite una amplia difusión, pero también abre interrogantes sobre quién controla esas versiones digitales, cómo se utilizan y si se puede acceder a ellas sin una comprensión contextual adecuada.

Por ejemplo, cuando se digitalizan conocimientos o artefactos culturales indígenas y se hacen accesibles en línea, existe el riesgo de que esos materiales se utilicen indebidamente, se saquen de contexto o incluso sean explotados por entidades comerciales. Las bibliotecas, como custodias éticas, deben considerar detenidamente esos riesgos y trabajar con las comunidades para garantizar que la digitalización se realice de tal manera que se honren las sensibilidades culturales y se respeten los deseos de la comunidad. Esto podría implicar el establecimiento de restricciones de acceso, la creación de marcos de gestión de derechos o la colaboración con los miembros del grupo para decidir qué materiales se ponen a disposición del público y en qué formato.

 

Conclusión

Las bibliotecas son algo más que instituciones de almacenamiento de libros y documentos: son gestoras vitales del patrimonio cultural. Como tales, tienen la responsabilidad ética de preservar no sólo los artefactos tangibles, sino también las tradiciones intangibles, los conocimientos y las historias que dan sentido a esos artefactos. Al actuar como guardianas de las comunidades despojadas, las bibliotecas pueden ayudar a garantizar que los grupos marginalizados tengan control sobre su patrimonio.

La custodia del patrimonio cultural no es un acto pasivo, sino un profundo compromiso ético con la justicia social y la capacitación colectivas. En un mundo en el que la cultura está constantemente amenazada, las bibliotecas deben erigirse en protectoras del pasado, el presente y el futuro. Deben resistir las presiones para mercantilizar o borrar las historias de aquellos más vulnerables y, en su lugar, defender las memorias, tradiciones y saberes que pertenecen a quienes han sido silenciados durante demasiado tiempo.

 

Acerca de la entrada

Texto: Edgardo Civallero.
Fecha de publicación: 22.04.2025.
Foto: "Aboriginal art". En Northern Territory [Enlace].